CAPITULO 4 LA COMPETENCIA IMPERFECTA

En competencia perfecta ningún individuo se distingue de los otros, al menos en lo que se refiere a sus iniciativas o acciones. De acá se deduce la necesidad de un dirigente externo, el subastador, que propone los precios, centraliza las ofertas, y que organiza los intercambios cuando se conocen los precios de equilibrio.

Si se establece una distinción entre los individuos según su “importancia” o las iniciativas que tomen, o si los comportamientos son menos pasivos que los supuestos por la competencia perfecta, entonces aparecen situaciones bastante diversas. En la medida en que el marco institucional es forzosamente modificado, total o parcialmente, la microeconomía aparece como apenas una agrupación de teorías que van desde la “teoría de los mercados” hasta la “teoría de las organizaciones”, pasando por la “economía industrial”. El asunto se explica ya que las situaciones referidas, de las cuales se dice que sugieren la competencia imperfecta, van desde el caso del monopolio en el cual un agente activo toma sus decisiones frente a una multitud de otros agentes que reaccionan de manera pasiva, hasta el caso de una negociación bilateral dónde los dos participantes tienen un comportamiento activo. Sobre este tipo de situaciones nos vamos a interesar en este capítulo, en el cual trataremos de manera sucesiva el monopolio, el duopolio y las relaciones contractuales.

1. EL MONOPOLIO.

En sus análisis la microeconomía otorga un lugar importante al caso del monopolio, caso tipo en el cual el tratamiento es relativamente simple, al menos en la situación del equilibrio parcial, ya que se reduce al estudio del comportamiento de un solo agente en un entorno que tiene las mismas características de la competencia perfecta. Vamos a precisar el comportamiento de un tal agente, antes de tratar el equilibrio en relación con el problema de la optimalidad y de las razones por las cuales pueden existir monopolios.

a) La situación del monopolio.

Se considera una empresa que es la única productora de un cierto bien, tiene el monopolio, y enfrenta una demanda competitiva del mismo en el caso simétrico donde se presenta un sólo agente comprador frente a una oferta competitiva se habla de monopsonio. El problema de esta empresa es hallar el precio que le permita maximizar su utilidad, habida cuenta la demanda existente. Para resolver tal problema se necesita en primer lugar que la empresa estime tal demanda; en general se supone que la conoce para todos los precios posibles. Si, además de ello la demanda disminuye ante una aumento del precio, es claro que para un precio alto el monopolio vende poco, pero con una ganancia importante por unidad producida sin tener en cuenta los costos fijos en tanto que, ante un precio débil vende mucho pero con una ganancia unitaria menor.

Dicho de otra manera, su ingreso marginal, el generado por la última unidad vendida, es decreciente; si este ingreso es superior al costo marginal, esto es el costo incurrido ante la producción de la última unidad, el monopolio puede aumentar su beneficio incrementando su producción. De tal manera la oferta que maximiza su beneficio es aquella en la cual el ingreso marginal es igual al costo marginal; este criterio de igualdad caracteriza la situación del monopolio de la misma manera que la igualdad entre el precio y el costo marginal es la característica de la empresa en competencia perfecta.

Evidentemente el monopolio puede adoptar un “comportamiento competitivo” efectuando una oferta y proponiendo un precio de tal manera que se presente una igualdad entre precio y costo marginal. Ahora, no obtiene un beneficio máximo porque si aumenta “un poco” su precio vende un poco menos ciertamente, pero ello sólo afecta a las últimas unidades producidas para las cuales el diferencial entre el precio y costo marginal es débil; al contrario, el alza de precios afecta todas las unidades vendidas provocando de tal manera un aumento no despreciable de los ingresos y, por tanto, del beneficio. Puede seguir actuando de esta manera, aumentando progresivamente el precio y disminuyendo la cantidad ofrecida hasta el momento en que no valga la pena, es decir, hasta que su ingreso marginal sea igual al costo marginal.

Este razonamiento, que sólo es válido si la función de demanda es decreciente, muestra que en el equilibrio monopolístico el precio es superior al costo marginal y que la cantidad producida es inferior a la que se hubiera dado en competencia perfecta. Es por ello que un equilibrio de tal tipo no es “eficiente”, según el criterio de Pareto.

b) Monopolio y eficiencia.

Al contrario de la idea usual, la “ineficiencia” del monopolio no proviene acá de una “inercia” del comportamiento o de una mala elección de las técnicas o de cualquier otra forma de “negligencia”, ya que el modelo supone, como en competencia perfecta, que la empresa tiene una función de producción que, por definición, tiene las técnicas mas apropiadas en cualquier situación.

Si hay ineficiencia es porque el monopolio debe contabilizar en sus cálculos la demanda que se le dirige, lo que lo conduce, de manera muy racional, a proponer un costo superior al costo marginal; tal comportamiento es casi inevitable en tanto no hay un sistema de precios fijado por alguien exterior al modelo. Este es un asunto esencial puesto que sigue siendo válido en otras situaciones además de la considerada en este apartado, esto es en la situación del monopolio “estricto”. Tal comportamiento es típico en situaciones de competencia imperfecta, independientemente del tipo que sea.

Ahora, ¿por qué el hecho de proponer un precio superior al costo marginal es fuente de ineficiencia, es decir, de sub-optimalidad en el sentido de Pareto? Porque es posible encontrar otra asignación de recursos (otro estado realizable) en la cual nadie sería perjudicado relativamente, con referencia al equilibrio de monopolio, e incluso algunos estarían mejor. Para llegar a tal estado realizable, sería suficiente vislumbrar una política de discriminación de precios; se parte del equilibrio de monopolio en el cual se sirve primero a quienes están dispuestos a pagar el “precio fuerte”; después se supone que el monopolio produce cantidades suplementarias de bienes los cuales vende por debajo del “precio fuerte”, pero por encima del costo marginal. Actuando de esta manera el monopolista aumenta su beneficio, pero también mejora la utilidad de los que sólo pueden comprar a un precio inferior. Ahora, como algunos ganan y nadie pierde (incluso para los que pagan el “precio fuerte” su situación no cambia), se llega así a una asignación de los recursos preferible, siempre según el criterio de Pareto, a la del equilibrio monopolístico (con precio único); es claro que tal equilibrio no puede ser un óptimo de Pareto.

Evidentemente esta nueva asignación supone que hay una discriminación entre los clientes del monopolio en tanto el mismo bien puede tener un precio diferente según el comprador. Ahora, esta consideración no interviene en tanto se aplica el criterio de Pareto que sólo se refiere a la asignación de recursos y no al procedimiento de hacerlo, bien sea por un sistema de precios cualquiera o por otro medio. Se puede señalar que, en el mundo que nos rodea, ciertas grandes empresas buscan efectivamente aumentar sus beneficios y reducir así la sub-optimalidad de la situación de monopolio proponiendo precios diferenciados según el tipo de cliente potencial; se ven acá situaciones que van desde la “tarifa de estudiante” a la “Tarjeta Bermeja” hasta la política de compañías aéreas que “congelan” sillas en ciertas de sus naves de tal manera que ciertos ejecutivos o personas urgidas, paguen por ellas precios muy altos.

c) La existencia del equilibrio.

Formalmente, bajo las hipótesis adoptadas, la decisión del monopolio es muy simple en tanto éste se reduce a la solución de la ecuación: ingreso marginal = costo marginal.

Sin embargo, para llegar a este resultado se necesita que el monopolio conozca la función de demanda del bien producido por lo menos en los alrededores del equilibrio, sitio en cual la función debe ser decreciente ya que, en caso contrario, el beneficio no sería máximo.

Nos encontramos en este caso ante el problema de la adquisición y centralización de la información que es problema de la empresa, al menos en lo que se refiere al bien que ella produce.

Ahora, si el microeconomista se ajusta al programa de investigación que se había fijado, no se puede contentar con postular la existencia de una función de demanda que sea por ejemplo decreciente y continua. No; debe deducir tales propiedades de los comportamientos maximizadores individuales. La manera más simple para ello consiste entonces en:

- determinar el precio que iguala la oferta y la demanda para cada oferta posible, en una situación en la cual la demanda proviene de individuos que tienen un comportamiento competitivo;

- emplear tal precio para calcular el beneficio en cada oportunidad y así derivar la oferta que maximiza tal beneficio.

La oferta que se logra de esta manera representa el equilibrio del monopolio ya que produce el beneficio máximo y porque, por construcción, se diseña con un precio que equilibra la demanda.

Aparentemente el procedimiento es similar al que se empleó para obtener la regla: costo marginal = ingreso marginal. De hecho la situación es mucho más complicada, habida cuenta las complejas interacciones entre las acciones del monopolio que, recordemos, distribuye ingresos - por ejemplo salarios y beneficios - y que, además, es también demandador para la actividad de producción y los “otros” individuos de la economía. De esta manera estos últimos forman, por hipótesis, una economía de competencia perfecta a la cual se aplica el teorema de Sonnenschein -cf. capitulo 3.2.B-. Una de las consecuencias importantes de tal teorema es que pueden existir varios precios en tal economía que igualan las ofertas y las demandas.

¿Qué hará el monopolio si cuando efectúa sus ofertas se enfrenta a varios precios?. Evidentemente que puede seleccionar uno, pero, sobre la base de que? Además, y siempre a causa del teorema de Sonnenschein, la demanda que se le hace al monopolio puede no ser “decreciente”, de tal manera que no existe oferta que maximiza su beneficio. Así pues, en razón de todos los argumentos mencionados, es posible que el modelo de monopolio, con las hipótesis más usuales, no admite el equilibrio, lo que arroja un manto de duda sobre su validez y, sobre todo, sobre el interés de estudiar eventuales extensiones de tal modelo. Ahora, estas últimas hacen relación a todas las situaciones de competencia imperfecta entre las cuales el monopolio apenas constituye una variante extrema; tal es el caso del duopolio y el oligopolio, lo mismo que la competencia monopolista, temas sobre los cuales hemos de insistir mas adelante. Por tal razón el microeconomista se ha dedicado a adoptar una posición de repliegue cuando se refiere a la competencia imperfecta, limitándose pues a efectuar análisis en equilibrio parcial.

d) Por qué los monopolios.

Hasta ahora hemos postulado la existencia de un monopolio, sin precisar como esta existencia se justifica, incluso si hemos notado que la consideración de la demanda de sus productos por las empresas conduce a considerar situaciones “de tipo monopolista”.

Tradicionalmente la idea de monopolio se asocia a la de costos fijos importantes, situación que implica umbrales elevados para una producción rentable, los cuales no podrían ser amortizados en el caso en que dos o más empresas se lanzaran a la producción; considérese el caso de infraestructuras como las vías del ferrocarril, de redes de distribución -agua, electricidad, gas- o en cadenas de producción rentables sólo en caso de grandes volúmenes. La adecuación de nuevos productos implica también importantes costos fijos a causa de la investigación y desarrollo. Las marcas registradas, para proteger y estimular las invenciones, generan un derecho al monopolio al menos por un período.

En general la microeconomía ve en la existencia de los monopolios la consecuencia de las barreras impuestas, de una u otra manera, al libre acceso; el beneficio del monopolio se considera como una “renta”. Ahora, si tales barreras se consideran explicadas por la presencia de costos fijos considerables, de manera tal que “no hay sitio” para dos productores al mismo tiempo, entonces en este caso, el que haya o no “libre entrada”, no es determinante desde el punto de vista de la presencia del monopolio. En tal caso si el “emergente” se impone, es éste el que se encontrará en situación de monopolio ya que la otra empresa fue eliminada y, en el fondo, nada habrá cambiado.

Sin duda se puede vislumbrar situaciones donde, a causa del libre acceso, algunas empresas producen al tiempo el mismo bien sin tener pérdidas; en tal caso cada una de ellas ha de tener en cuenta la existencia de otras, lo que implica comportamientos bastante mas elaborados que los del monopolio. Existe también el caso de la competencia monopolística, al cual se asocia el nombre de Edward Chamberlin (1899-1967), en donde el énfasis se coloca en la diferenciación de productos; ello se traduce por ejemplo en la existencia de marcas -Renault, Peugeot- caso en el cual la empresa tiene el monopolio sobre los productos de su propia marca. Ahora, tal monopolio es evidentemente limitado por el hecho de que existe la posibilidad, para el comprador, de sustituir un bien por otro dado que los bienes considerados tienen características vecinas. Dicho de otra manera, mientras más substituibles sean los bienes, hay mas competencia entre ellos.

Parece pues que el problema del “libre acceso” es muy complejo; es decir, los agentes racionales han de adoptar estrategias mas o menos elaboradas, para “entrar” o para enfrentar a los “entrantes”.

La teoría del oligopolio y, mas generalmente la teoría de juegos acuerdan una atención muy especial a este tipo de comportamiento, como tendremos la ocasión de verlo en este y el próximo capítulo. La idea de la libre entrada esta por lo demás en el centro de una teoría microeconómica aparecida a comienzos de los años ochenta, denominada la teoría de los mercados amenazados.

e) La teoría de los mercados disputados.

Esta teoría fue propuesta por W. Baumol, J. Panzer y B. Willing en una obra aparecida en 1982 titulada Constestable Market and the Theory of Industry Structure. Parte de la siguiente constatación simple, pero vaga: si una empresa en situación de monopolio es amenazada por competidores potenciales, “candidatos” a la entrada, que pueden disputar -contestar- su posición dominante, entonces la única salida que le queda es la aplicación de la regla de la competencia perfecta, disminuyendo su precio de venta hasta que sea igual al costo marginal.

Para dar una forma mas precisa a tal constatación y presentar una teoría más coherente, Baumol, Panzer y Willing recogen la siguiente hipótesis, que si fuera verificada completamente, significaría que hay disputabilidad perfecta: no hay un costo de instalación o de enrutamiento para los candidatos a la entrada; además, y de manera simétrica, el abandono de la producción del bien sujeto a la “amenaza” no implica tampoco gastos inevitables. En estas condiciones la amenaza ejercida por los candidatos potenciales a la entrada es disuasiva: el monopolio sabe que, si propone un precio por encima del costo marginal, van a surgir empresas proponiendo un precio ligeramente menor que se ganará toda la demanda: él sólo puede adoptarse al comportamiento competitivo. Esta teoría, seductora a priori, que justifica todo tipo de monopolios con la condición de que su situación sea “amenazada”, está muy lejos de ser aceptada unánimemente por los microeconomistas, por al menos, dos razones:

La presencia de costos fijos, costos de instalación y de funcionamiento, es la principal explicación y hasta justificación de la existencia de monopolios; ahora, son precisamente tales costos, los que se eliminan del modelo.

El comportamiento del monopolio es extrañamente pasivo ante la amenaza que implica la llegada de los “entrantes” potenciales en tanto se supone que éstos se pueden apropiar de toda la demanda, cuando propongan un precio menor, sin que éste reaccione.

Esta última observación hace reaparecer otra vez los problemas ya superados a propósito de la libre entrada y que serán objeto de la segunda parte de este capítulo de manera directa o indirecta.

2. EL DUOPOLIO Y EL OLIGOPOLIO.

Se dice que existe un duopolio o un oligopolio cuando dos o más empresas ofrecen el mismo producto, frente a una demanda competitiva. Dicho de otra manera, como en el caso del monopolio en el duopolio u oligopolio son las empresas las que “orientan el juego”, frente a una demanda pasiva, que se supone ellos conocen, por un procedimiento no precisado, pero que supone una centralización previa. El problema es entonces, para cada empresa, determinar la oferta que maximiza su beneficio, pero teniendo también en cuenta la demanda de otras empresas; para ello debe efectuar conjeturas, es decir anticipaciones, sobre sus comportamientos.

a) La noción de conjetura.

Las conjeturas están en el centro de la teoría del duopolio o del oligopolio. De hecho, están presentes en todo modelo que involucra mas de un individuo. Así pues, en el modelo de competencia perfecta, tienen una forma particular, que conduce a lo que hemos denominado “comportamientos competitivos”, lo que implica ignorar la existencia de “otros”. De la misma manera, el monopolio establece sus planes efectuando la conjetura de que los otros tienen un comportamiento competitivo.

En estos dos modelos, las conjeturas son particularmente elementales, incluso si son absolutamente esenciales en la determinación de las “soluciones” o equilibrios. Sin embargo, en la microeconomía se ha vuelto costumbre asociar la noción de conjetura a la de comportamiento activo, en el sentido de que los individuos procuran anticipar el comportamiento de los otros para tenerlo en cuanta al momento de tomar decisiones. Dicho de otra manera, la noción de conjetura es inseparable a la de anticipación incluso si ella no hace intervenir forzosamente una dimensión temporal de hecho las conjeturas sólo se refieren a los comportamientos presentes. De la misma manera que las anticipaciones, las conjeturas no se pueden asimilar a los otros parámetros de los modelos de la microeconomía, por ejemplo los gustos o las técnicas disponibles, por una razón esencial: tienen implícita una dimensión subjetiva inevitable.

A mas de que las anticipaciones pueden variar de un individuo a otro y tomar formas mas o menos elaboradas, es difícil considerarlas como parámetros invariables, porque todo individuo racional se supone que las modificará en función de sus experiencias.

Ahora, como este procedimiento de aprendizaje, de naturaleza dinámica, es muy difícil de formalizar necesita precisar reglas que se pueden incluso someter a revisión, el microeconomista se contenta generalmente con privilegiar ciertos tipos de conjeturas, relativamente simples, y las situaciones de equilibrio en donde, por definición, se “verifican” y no necesitan, por tanto, ser modificados.

Ciertamente, tal forma de proceder es poco satisfactoria, porque tiene implícita una buena parte de arbitrariedad porque retener ciertas conjeturas y no otras?; por otro lado, los resultados de los modelos son muy sensibles a las formas de las conjeturas, como lo constataremos en las páginas siguientes. Pero no se ve como se podría proceder de otra forma.

b) Las conjeturas de Cournot.

Entre el infinito conjunto de conjeturas posibles, el microeconomista otorga un lugar muy particular a las conjeturas a lo Cournot, recordando el nombre de Agustin Cournot (1801-1877), quien fue el primero en emplearlas en un modelo. La característica principal de esas conjeturas - y entre ellas las conjeturas competitivas son un caso límite - consiste en la relativa simplicidad de los comportamientos que ellas suponen. En efecto, se dice de un agente que hace conjeturas a lo Cournot, si considera las acciones de los otros como un dato, sin tener en cuenta que esas acciones pueden estar influenciadas por sus propias acciones. Se tiene un comportamiento “simple”, incluso ingenuo, porque el agente reacciona ante las acciones de los otros sin hacer la pregunta sobre el “origen” de tales actuaciones. Ahora, es cierto que si no fuera así, cada cual habría de buscar este origen, sabiendo que los otros actúan de manera similar.

El juego indefinido de espejos que se desprende del tipo “debo tener en cuenta lo que los otros saben que yo sé”, puede conducir muy lejos; lo reencontraremos por lo demás cuando mencionemos las conjeturas racionales. Las conjeturas de Cournot tienen la ventaja de evitar comprometerse en tales complicaciones, incluso si ellas comportan una parte de “irracionalidad” al menos sí uno admite que pudiesen existir situaciones diferentes al equilibrio.

Entre los modelos de duopolio o de oligopolio más célebres están los de Cournot y el de Bertrand; ambos recurren a conjeturas a lo Cournot pero mientras en el primero se hacen conjeturas sobre las cantidades ofrecidas, en el segundo se hacen sobre los precios propuestos.

c) El duopolio de Cournot.

Agustin Cournot se considera como uno de los padres de la microeconomía moderna, especialmente por la forma en que introduce las matemáticas en sus análisis, entre los cuales el modelo del duopolio ocupa un lugar privilegiado. Empleando el lenguaje de la microeconomía actual este modelo se presenta de la siguiente manera: dos empresarios ofrecen el mismo bien, frente a una demanda competitiva - conocida por ellos, para cualquier precio considerado - y deciden sobre la cantidad ofrecida en base a las conjeturas a lo Cournot. Como estiman la oferta del otro como un dato, van a efectuar sus cálculos sólo considerando la demanda “restante”, esto es, excluyendo la parte servida por su competidor. Ahora, como las empresas están frente a tal demanda “restante” en situación de monopolio, le aplican la regla de igualación del ingreso marginal al costo marginal, lo que les permite maximizar su beneficio como lo hemos visto en 4.1.

Sin embargo, a diferencia de lo que sucede con el monopolio, el ingreso marginal de cada uno y las ofertas que se desprenden, se calculan en base a la oferta del otro, es decir, como reacción a tal oferta; no hay razón a priori para que las reacciones de lo duopolistas sean compatibles en tanto sus decisiones se toman de manera independiente. Si hay compatibilidad, esto es, la suma de sus ofertas es igual a la demanda y, si las dos maximizan su beneficio, considerando la oferta del otro como un dato, entonces se dice que se está ante un equilibrio de Cournot. Notemos que este supone como todos los modelos estudiados hasta ahora, una centralización de las demandas por los duopolistas o por una instancia del tipo de un subastador.

En lo referido a la existencia de un equilibrio de Corunot, en el caso general, lo que hemos dicho sobre los monopolios se aplica también. Notemos que para evitar el problema, el microeconomista se conforma casi siempre con postular una tal existencia o con asignar condiciones suficientes a las funciones de demanda y de reacción para que ella sea asegurada.

Ahora, ¿como las empresas que conforman el duopolio o el oligopolio pueden determinar el equilibrio? El mismo Cournot lo imaginaba como un proceso en el cual una empresa empieza por hacer una oferta que sirve de base a la oferta de la otra empresa, lo que implica una modificación de la oferta de la primera empresa, y así sucesivamente. Ahora, este proceso, en el cual no hay transacciones efectivas, al menos hasta que no se logre el equilibrio, tiene al menos dos problemas:

  • No hay razón para que se dé una convergencia dicho grosso modo, sí las reacciones tienen una forma “normal”, hay una probabilidad en dos para que se dé la convergencia, es decir, para que se “encuentre” el equilibrio.
  • Mantener conjeturas “a lo Cournot” en el transcurso de un proceso es absurdo porque en cada etapa que esas conjeturas son debilitadas, los duopolistas constatan que la oferta “del otro” no es un dato, sino una reacción a sus propias ofertas.

d) Duopolio de Cournot y eficiencia.

Como en el caso del monopolio, y esencialmente por las mismas razones, esto es un precio superior al costo marginal, el equilibrio de Cournot no es en general un optimo de Pareto. Sin embargo, es más “eficiente” que el monopolio, en tanto se traduce en una producción mas elevada a un menor precio.

Esto es consecuencia de la filosofía del “cada uno para sí mismo”* de dos empresas que no tienen en cuenta que la variación del precio inducida por su propia oferta, implica un precio de equilibrio y un beneficio total inferior al que se hubiera si ellas se hubieran asociado formando un monopolio de hecho, es decir, un cartel. Por ello las empresas que forman un duopolio tienen interés en avenirse para lograr un beneficio total máximo, superior a la suma de los beneficios de los duopolistas.

Sin embargo, dos obstáculos se pueden presentar para tal solución

El hecho de la indeterminación en la distribución del beneficio total.

El hecho del interés de alguno de los duopolistas en no respetar el acuerdo si el otro lo respeta; en efecto, si una empresa sabe que la otra disminuirá su producción con el fin de evitar una baja de precios, puede aumentar su oferta y, por tanto, su beneficio, sacando partida de precios de venta elevados; ahora, como las empresas hacen el mismo razonamiento, aumentarán simultáneamente su producción y el cartel estallará, salvo si existe un sistema de sanciones. Ahora, estas deben ser verosímiles y apoyarse en una forma de organización particular.

Una situación en la cual todo el mundo tiene interés en que exista un acuerdo, pero en la cual nadie está incitado a respetarlo incluso si otros lo hacen, es típica de lo que se denomina en teoría de juegos el dilema del prisionero Formalmente, si el número de empresas aumenta hay una situación de oligopolio de Cournot el precio baja y tiende hacia el valor de competencia perfecta; sin embargo, para que este sea el caso, se necesita que cada cual conozca la función de demanda del bien, lo mismo que la oferta “de los otros”.

En estas condiciones, el hecho de considerar la competencia perfecta como límite del oligopolio de Cournot, no resuelve en nada el problema de la centralización de la información; al contrario, en tanto cada empresa se presume efectuar una tal centralización antes de tomar sus decisiones.

e) El duopolio de Stackelberg.

La debilidad del duopolio de Cournot reside en el carácter “ingenuo” de las conjeturas de las empresas que se contentan con “adaptarse” a las ofertas que observan. Stackelberg (1905-1946) propuso un modelo de duopolio donde al contrario, una de las empresas sabe todo sobre el comportamiento de la otra, que continua actuando “al estilo Cournot”. El primer duopolista se denomina director y va a integrar en sus planes la información que tiene sobre el segundo, denominado el seguidor, y efectuará una oferta que maximice su beneficio. Este modelo es evidentemente superior a los resultados obtenidos en el caso de efectuar las conjeturas del tipo Cournot en razón de su ventaja informativa sobre la otra empresa, que ve en consecuencia, disminuir su beneficio.

El principal interés del duopolio de Stackelberg es que modeliza un comportamiento elaborado, el del director; su principal inconveniente reside en su carácter completamente asimétrico donde una empresa conoce todo lo de la otra (incluso la forma de sus conjeturas) en tanto que esta se contenta con observar las ofertas efectuadas, sin siquiera preguntar nada. Cómo explicar o justificar una tal asimetría? No es fácil responder a tal pregunta; se puede considerar que el director “copa la plaza” y por ello el seguidor se tiene que adaptar. Mas generalmente la asimetría en los comportamientos se puede explicar por el carácter secuencial de las ofertas, si el modelo precisa en que orden se hacen; tal es el punto de vista de la teoría de juegos( cf. 5.1 ). Ahora esta explicación es muy precaria ya que no dice nada sobre el origen del orden de los golpes.

f) El duopolio con conjeturas racionales.

Una manera de suprimir la asimetría de los comportamientos del duopolio de Stackelberg sería suponer que los dos agentes actúan a la manera de Statckelberg. Pero ello no es posible, pues sus elecciones serían incompatibles en tanto se establecieron en base de conjeturas erróneas cada empresa parte de la idea que es la directora y la otra es seguidora. Dicho de otra manera, un duopolio en el cual las dos empresas actuasen “a la manera de Stackelberg” no estaría en equilibrio y no tendría “solución”.

Esta ausencia de equilibrio proviene claro está de la incompatibilidad de las conjeturas de los agentes. Es verdad que las conjeturas de Cournot son “falsas” de alguna manera, pero que se pueden confirmar para ciertas ofertas, en tanto estas formen un equilibrio de Cournot. Se puede, no obstante concebir un duopolio que esté en equilibrio con conjeturas racionales, es decir, un equilibrio en el cual cada empresa maximice su utilidad no sólo teniendo en cuenta la oferta efectuada por el otro, sino también evaluando correctamente su comportamiento, incluso sus conjeturas.

Pude parecer que tal equilibrio, en el cual cada uno sabe como se comporta el otro y por ello sabe que el otro también conoce su propio comportamiento, es en verdad algo excepcional; ahora ello no es problema, puesto que se puede mostrar fácilmente que, cualquier pareja de ofertas en las cuales se iguale la demanda, claro está se puede considerar como un equilibrio con conjeturas racionales, a condición de seleccionarlas de manera adecuada. Esta multiplicidad de equilibrios, fuente fundamental de indeterminación, se explica porque no se puede imponer restricciones a priori en la selección de conjeturas, variables eminentemente “sociológicas” que pueden tomar muy diversas formas. Una cosa es clara: del hecho que las conjeturas deban ser compatibles con el equilibrio no se puede concluir como totalmente arbitrarias; ello es así incluso si el número de casos posibles, y sus equilibrios asociados, es demasiado grande. Se encuentra acá el problema de las profecías autorealizdas, situación inevitable en economía o en sociología: si todo el mundo piensa que un fenómeno va a suceder, por ejemplo un aumento de precios, entonces cada cual actúa en consecuencia y, por ello, se provoca el fenómeno esperado; por ejemplo cada uno demandará el bien y por ello el precio aumentará efectivamente. En la medida en que las “profecías” -las conjeturas del microeconomista- puedan tomar cualquier forma, lo mismo sucederá con los equilibrios que le son asociados.

De tal manera se puede afirmar que del mero hecho de suponer conjeturas racionales se deja sin respuesta el problema de “la” solución del duopolio y con mayor razón la del oligopolio.

g) La competencia vía precios: el duopolio “a la Bertrand”.

El duopolio o el oligopolio de Cournot tienen un importante punto común con la competencia perfecta: las decisiones de los agentes descansan en las cantidades ofrecidas o demandadas y no en los precios. Implícitamente se supone que estos se forman por otro lado, o que “ajustan” la oferta y la demanda, por medio de una institución como el subastador.

Ahora, como lo hizo notar en 1883 el matemático Joseph Bertrand, esta manera de modelar el comportamiento de los duopolistas es bastante discutible: por qué no suponer mejor que se fijan primero los precios y no las ofertas? No sucede así en la vida real? Preguntas pertinentes, si es que las hay. Además, Bertrand retoma el modelo de Cournot para ilustrar su objetivo y muestra que, si los precios sirven de punto de partida en el análisis, entonces las conclusiones del modelo son diferentes a las de Cournot.

En efecto, si los costos unitarios son constantes, la demanda es decreciente y las capacidades de los duopolistas son ilimitadas pues se puede satisfacer cualquier demanda, y si estos “compiten por medio de los precios, entonces el único equilibrio es el de la competencia perfecta, en donde el precio es igual al costo marginal además, como este se estima constante, se concluye que el beneficio de equilibrio es nulo, contrario a lo que sucede en el duopolio de Cournot). Ahora, en cualquier otra situación, habría “guerra de precios” con cada empresa buscando la captura de toda la demanda proponiendo un precio “ligeramente mas bajo” que el del otro y donde, evidentemente, ninguno iría a proponer precios más bajos al costo unitario, pues se produciría a pérdida. A mas de que se llegue a una solución paradójica pues en cualquier situación por fuera del monopolio estricto el único equilibrio posible es el de competencia perfecta, la solución “a la manera de Bertrand” se enfrenta a dos grandes dificultades:

Bajo las hipótesis retenidas hemos visto que el beneficio es nulo en el equilibrio; en consecuencia las empresas no son incitadas a producir y la oferta de una y otra empresa puede ser cualquiera, incluso si oferta y demanda se igualan sin que el modelo precise como se hace la distribución; dicho de otra manera, se presenta una indeterminación como es frecuente el caso en los equilibrios con costos unitarios constantes.

Si se modifica un poco las hipótesis, el duopolio de Bertrand no tiene generalmente equilibrio, tal como ya lo había señalado Edgeworth en 1921. Se comprende fácilmente por qué, si por ejemplo, las capacidades de producción son limitadas. En efecto, si en tal caso hubiera un equilibrio tal que una de las empresas sólo sirviera una parte de la demanda, a causa de una capacidad de producción limitada, entonces la parte restante de la demanda sólo podría pedir a la otra empresa que encontrándose en situación de monopolio, tendría interés en aumentar los precios aplicando la regla de la igualación del ingreso marginal al costo marginal; ahora, una tal incitación para modificar el precio va contra la definición misma de equilibrio. Tal razonamiento sigue siendo válido si se adopta la hipótesis usual de costos marginales crecientes.

Tales dificultades, fundamentales al nivel de la formalización matemática, explican por qué el modelo de Cournot ocupa un sitio preponderante en la teoría del duopolio, en tanto el enfoque por los precios “a la manera de Bertrand” parece mas apropiado.

h) La diferenciación de productos.

Una manera de evitar la “guerra de precios”, que amenaza la existencia misma del equilibrio es considerar el caso en el cual los duopolistas producen bienes “ligeramente” diferentes, pero substituibles, por ejemplo automóviles de la misma cilindrada pero de marca diferente. Tales casos indican la existencia de la competencia monopolística la cual ya hemos mencionado, pero ahora son los precios los que se proponen primero.

Continuando el procedimiento iniciado por Hotelling en 1929, los microeconomistas se han habituado a tratar la diferenciación de productos por medio de modelos de localización; en este caso la distancia que separa los compradores de los vendedores tiene la ventaja de proporcionar una indicación valorada en dinero de la diferencia entre los productos en efecto estos son idénticos en cada caso. Se puede determinar de esta manera “regiones de atracción” para cada empresa sobre la base de los costos de transporte los compradores buscan minimizar los costos.

Evidentemente las empresas los tienen en cuenta lo mismo que la distribución de sus clientes potenciales al momento de proponer un precio.

Los modelos de localización así construidos por los microeconomistas son generalmente muy simples; así Hotelling daba como ejemplo dos vendedores de helados que ofrecen sus productos en una playa, pero en sitios diferentes; se ocupan de lo que podría ser una “localización óptima” desde el punto de vista de la colectividad; en tal caso la solución de “libre acceso” con anulación de los beneficios no tiene en general esta propiedad. Notemos que incluso en tales modelos reducidos el equilibrio puede no existir, sobre todo si no se impone ninguna restricción a la localización de las empresas, las cuales tienen entonces la tendencia a “aproximarse” las unas a las otras para tomar sus clientelas respectivas; se cae pues en una situación de guerra de precios sin salida.

3. LAS RELACIONES BILATERALES.

Como lo hemos señalado en varias ocasiones, el problema de la coordinación de las acciones individuales estuvo desde el principio en el centro de las preocupaciones de los microeconomistas. Por ello su resolución necesita, de manera un tanto paradójica, una gran centralización, bien sea por intermedio de una organización del tipo del subastador o por un agente que se distingue de los otros, por ejemplo un monopolio. Ello es una consecuencia inevitable del hecho que se considere ofertas y demandas globales, resultantes de una multitud de decisiones individuales.

Sin embargo, esta representación ultra-centralizada es poco satisfactoria, sobre todo porque quienes veían e incluso todavía ven en tal imagen una descripción idealizada del “mecanismo del mercado”. Además, hemos visto que no conduce a los resultados anticipados, en particular el referido a la estabilidad del sistema y a la estática comparativa.

Frente a una situación como esta, un buen número de microeconomistas prestan hoy una atención particular a las relaciones bilaterales e incluso multilaterales, pero, eso sí, con un número reducido de individuos. En este último caso, el análisis es particularmente difícil, en tanto se debe considerar la formación de coaliciones entre los participantes; tales coaliciones pueden hacer intervenir un número variable de participantes y ser de tipos muy diversos, especialmente en lo referido a la distribución de los beneficios de ésta. Por tales razones los microeconomistas se refieren generalmente al caso de las relaciones bilaterales, lo que de todas maneras les causa dificultades teóricas.

a) El monopolio bilateral.

Se dice que existe un monopolio bilateral cuando un sólo productor y un sólo comprador -este se encuentra en una situación de monopsonio- se enfrentan; tal sería el caso de una negociación salarial entre un sindicato y un patrón; o el caso de una central de compras frente a un grupo de productores.

Formalmente la situación del monopolio bilateral es del tipo de aquella que encontramos al principio del capítulo 2, en donde nos preguntábamos sobre las modalidades de intercambio entre dos individuos interesados. Constatamos, además, que se presenta una indeterminación en tanto las tasas de intercambio le permiten a cada uno sacar partido de las transacciones que pueden tomar un gran número de valores todas las que se encuentran entre las tasas consideradas como aceptables por los dos participantes. Recuérdese, que para resolver tal indeterminación, el modelo de competencia perfecta supone la existencia de precios publicados, es decir, un sistema de precios, que sirven como referencia a los candidatos a efectuar intercambios.

Esta hipótesis no se hace en el caso del monopolio bilateral pues se caería en el caso de la competencia perfecta. En consecuencia, el problema esencial es el de la transacción, en el marco de reglas mas o menos implícitas, que excluyen especialmente el empleo de la fuerza; ahora su "resolución” depende del poder de negociación de cada uno, de la información disponible etc. Ahora, incluso si las posiciones de intercambio mutuamente ventajosas se explotan completamente, ello no conduce a la determinación de una solución única; se puede decir que máximo se logra un óptimo de Pareto por definición (cf. capítulo 3.2 A).

En la medida en que se presenta un número en general una infinidad de óptimos de Pareto, relacionados con las “condiciones iniciales” del desarrollo de las transacciones, y en donde la forma de tal proceso determina la del óptimo alcanzado, el microeconomista dice que se presenta la histéresis, término empleado generalmente para designar situaciones en las cuales el estado final de un sistema no es independiente del proceso en este caso la transacción considerado.

En tales condiciones el microeconomista busca las características de los óptimos de Pareto asociados a una u otra situación de monopolio bilateral, sin privilegiar ninguno de ellos, dejando de lado cualquier otra consideración.

b) Intercambios con información privada.

Hasta ahora habíamos supuesto que todos conocían las características de los bienes intercambiables. Si tal no fuere el caso, es decir, si algunos tienen una información, denominada privada, sobre aquellas características que otros no tienen, entonces tal asimetría informativa puede bloquear la realización de intercambios mutuamente ventajosos. Se puede comprender fácilmente el por qué, retomando un ejemplo muy sencillo que ya es clásico, del mercado de los vehículos de segunda mano. Supongamos que un comisionista de automóviles desea vender vehículo de calidad media conocida por él y que hay un comprador para un auto de este tipo, pero duda de la calidad de éste. Existe pues la posibilidad de un intercambio mutuamente ventajoso. No obstante, la transacción puede no realizarse habida cuenta la asimetría de la información incluso si el comisionista racionalmente propone un precio alto, para indicar la buena calidad aunque no la tenga! del producto que se ofrece y no un “cacharro” que nadie quisiera. Ahora, el comprador potencial duda y no se puede fiar del precio que le proponen; de todas maneras, como no está dispuesto a pagar un precio alto, incluso si el auto es de buena calidad, la transacción no se efectuará. El comisionista podría entonces disminuir el precio, pero en este caso aumenta la desconfianza de sus clientes sobre la calidad del auto en venta.

Se presentan varias versiones de este modelo, pero todas se apoyan en la idea de que, independientemente del precio propuesto, el vendedor tiene interés en salir primero de sus malos “cacharros”, por lo cual el cliente va a rechazar tal operación. Ahora, si ambos tuvieran la información adecuada sobre la calidad del producto, como en los modelos estudiados hasta ahora, la transacción se hubiera efectuado. Notemos pues que la falla del intercambio se debe en este caso a la asimetría de la información y no la insuficiencia de ésta “en sí”. Ahora, en caso de que ambos desconocieran la información sobre la calidad del producto, es posible que la transacción se hubiese efectuado en este caso cada uno calcularía su esperanza de ganancia asignando una probabilidad a las diversas eventualidades, los “estados de la naturaleza” del capítulo 3, se trata de la calidad del producto. En tal caso tener menos información es benéfico para todos; es un resultado un tanto paradójico, pero típico de situaciones donde individuos interactúan de manera consciente en nuestro caso la fuente de ineficiencia se encuentra en el hecho de que ciertos agentes están informados y otros no lo están, siendo al mismo tiempo todos conscientes de ello.

De tal manera que si se examina otra vez el caso del comisionista de autos, incluso si este es honesto y hombre de buena fe, el problema persiste ya que él no puede hacer circular la información. El problema se puede resolver si se amplía el modelo y se introducen parámetros que relacionen la reputación de cada cual, pero, como lo veremos en el próximo capítulo el asunto no es tan simple, al menos si se mantiene el estricto principio de racionalidad, base de la microeconomía. Se puede también adoptar procedimientos del tipo de la “garantía”, cuya duración es una indicación dada por el vendedor sobre la calidad del producto.

Ahora, en tal caso habría que hacer intervenir una tercera persona, o el Estado con su aparato jurídico y represivo, que “garantiza la garantía”, es decir, que la vuelve creíble, por ejemplo sancionando su incumplimiento; si se actúa así se sale una vez mas del campo de estudio al cual se quiere ajustar el microeconomista.

c) Contratos y riesgo moral.

La garantía es una forma de contrato, mediante la cual se establece una relación temporal entre individuos, incluso si es virtual, porque el objeto no presenta ningún defecto y, por tanto, el comprador y el vendedor no se verán más. En el ejemplo del comisionista de autos, las “sospechas” caen sobre el vendedor que debía de una u otra forma probar su buena fe.

Ahora, si se retoma otro ejemplo abordado en el capítulo precedente, el de la compañía de seguros, en este caso la asimetría de la información se da en favor del comprador, el asegurado, y en detrimento del vendedor, el asegurador.

En efecto, éste otorga un contrato en el cual se prevén cierto número de eventualidades o incluso todas las eventualidades correspondientes al cumplimiento de diversos estados de la naturaleza robo, incendio, accidentes de cualquier tipo. Ahora, estos últimos no son verdaderamente “naturales” en el sentido en que su ocurrencia no es independiente del comportamiento de los individuos, que incluso pueden provocarlos; es bueno recordar las medidas de precaución que se tomen o no contra el robo, o el incendio, e igualmente en el caso en el que exista un incendio deliberado para obtener una indemnización de una compañía de seguros.

De tal manera que todo contrato condicional a la ocurrencia de ciertos eventos, incluso provocados por una de las partes involucradas está sometido a lo que las compañías de seguros denominan “riesgo moral” (en este caso la “moralidad” se refiere al grado de conciencia de cada uno para el cumplimiento del contrato).

Ahora, como tal riesgo varía de un individuo a otro, quien propone un tal contrato procurará evaluar los riesgos inherentes a sus clientes potenciales y adaptar su oferta en consecuencia. Dicho de otra manera, al contrario de lo que hacen los modelos habituales de los microeconomistas, los individuos no se consideran de manera indiferenciada; de tal manera por ejemplo, las compañías de seguros hacen depender las primas estimadas de la edad del conductor de un automóvil, de su experiencia, de la región habitada. Semejante “personalización” de las transacciones no puede ser evidentemente total; se afina mas y más en tanto es más costosa de establecer.

Notemos que una manera de evitar una personalización excesiva, y por tanto costosa, de los contratos es recurrir a un sistema de incitaciones; por ejemplo instituyendo un sistema de franquicias o de cláusulas exigiendo al asegurado a tomar un cierto número de precauciones sistemas de alarma o de protección. Por lo demás el problema de las incitaciones ocupa un lugar importante en la microeconomía actual, particularmente en los modelos mandante-mandatario “principal-agent” en inglés, puesto al orden del día en los años ochenta especialmente por Stephen Ross y Joseph Stiglitz.

d) Las relaciones principal-agente.

Estas relaciones son también de orden contractual; recurren a sistemas de remuneración elaborados por uno de los individuos, el principal -mandante-, para incitar a otro, el agente -mandatario- a conducirse como lo desea el primero. El enfoque adoptado es pues normativo, porque consiste en ubicarse desde el punto de vista del principal para elaborar en su beneficio lo que sea el “mejor” sistema de incitaciones posible. Se evoca en este caso, de manera inevitable, la relación empleador-empleado, en donde se presenta una compraventa de la fuerza de trabajo, es decir, de una mercancía con entornos relativamente vagos la energía en el trabajo, la habilidad el sentido de las responsabilidades que varían de un individuo a otro incluso de la misma cualificación.

También juega un papel esencial la asimetría de la información; por otro lado el sistema de incitaciones busca forzar al agente, a revelar la información, que conoce de manera exclusiva, al principal, quien paga. Por ejemplo, frente a un trabajo sobre el cual el principal ignora su grado de dificultad, el empleador busca implementar un sistema de primas mas o menos complejo, que no se traduzca en una remuneración muy baja si el trabajo es “duro” lo que conduciría al trabajador a no aceptarlo, ni en una remuneración muy elevada si el trabajo es “fácil”.

La complejidad del problema para el principal surge del interés que tiene el agente por ocultar la información de que dispone haciendo creer por ejemplo que el trabajo es muy duro cuando realmente no lo es, para no responder del modo esperado por el principal cuando determina el sistema de primas.

De manera general, la adecuación de procedimientos incitativos en donde los individuos son conscientes de sus mutuos intereses, bien sean contradictorios o no, hace parte de una teoría mas general, la teoría de juegos, que se ha fortalecido progresivamente a partir de los años cuarenta, basándose en las matemáticas y en las ciencias humanas, y a la cual los microeconomistas le asignan una importancia muy particular.

4. CONCLUSIÓN.

Lo que el microeconomista denomina competencia imperfecta aparece como un conjunto ilimitado de modelos, bastante sensibles a las especificaciones adoptadas como punto de partida y muy particularmente a la forma implícita de la organización de las relaciones mercantiles. Tal situación no es muy satisfactoria para quien aspira a disponer de una teoría unificada a partir de la cual fuera posible descubrir un cierto número de conclusiones lo suficientemente generales.

Además, es difícil asignar a priori un lugar privilegiado a ciertos modelos de competencia imperfecta con base a su mayor o menor realismo; los modelos son, en lo esencial, construcciones muy abstractas, que emplean funciones de utilidad o de producción particulares diseñadas por las necesidades de demostración matemática, y no deducidas de una situación empírica cualquiera lo cual es prácticamente imposible, como lo hemos señalado ya en varias oportunidades. En tales condiciones se entiende, a contrario, porqué la competencia perfecta ocupa siempre un lugar central en microeconomía: suministra un modelo general en el sentido que impone hipótesis de orden cualitativo a los parámetros que caracterizan los agentes e incluso algunos resultados ya aceptados de manera categórica, aunque en número reducido y aún referidos a una “economía” totalmente imaginaria.

A pesar de todo, ello es mucha mas seguro para el microeconomista ya que, sobre todo, le permite mantener un discurso de orden normativo, al contrario de lo que sucede en la competencia imperfecta.

 

Título: La Microeconomía
Autor: JBernard Guerrien
URL: http://www.cyta.com.ar/biblioteca/bddoc/bdlibros/la_microeconomia/index.htm


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