CAPITULO 3 EL MODELO DE COMPETENCIA PERFECTA: LOS RESULTADOS

En el capítulo precedente habíamos planteado el escenario de la competencia perfecta y descrito también los comportamientos que el modelo atribuye a los individuos (agentes). Falta ahora precisar los resultados, en el sentido de teoremas matemáticos, a los cuales éste llega.

Entre estos resultados, ocupa un lugar particular, incluso primordial, la existencia de al menos un equilibrio, ya que ésta es necesaria para la coherencia misma del modelo.

Sin equilibrio, no hay coordinación posible de las preferencias individuales, y, por tanto, no hay “solución” de competencia perfecta para los problemas contemplados.

Comenzaremos por precisar las principales hipótesis que permiten establecer la existencia de un equilibrio general, en cuya formulación original encontramos a Arrow y Debreu. Tales hipótesis se agregan a las que hacen referencia a los comportamientos; se refieren en lo esencial a los gustos de los hogares representados por su relación de preferencias y, decíamos, se refieren a las posibilidades técnicas de las empresas, representadas por su función de producción.

Mas adelante veremos cuales son las principales propiedades técnicas de los equilibrios generales, en tanto que existan, y como pueden tomar en cuenta, con ciertos límites, el tiempo y la incertidumbre.

1. LA EXISTENCIA DE UN EQUILIBRIO COMPETITIVO.

Recordemos la pregunta que se hace el microeconomista: Existe un conjunto de precios fijados tales que, para cada bien, la suma de las ofertas competitivas individuales -que se constituyen sobre la base de la igualación de precios- sea igual a la suma de las demandas del mismo tipo? Si tales precios existen, se dice que representan un equilibrio competitivo o walrasiano.

Arrow y Debreu han mostrado que tal pregunta admite una respuesta positiva con la existencia de dos condiciones: que las ofertas y demandas sean 1) continuas, es decir, varían regularmente sin saltos, y 2) limitadas, es decir, sólo toman valores finitos, para todos los precios posibles.

Los análisis efectuados en el capítulo anterior permiten comprender en que casos la segunda condición es verificada; en efecto las ofertas y las demandas son limitadas si, de un lado las empresas no tienen rendimientos crecientes, para que sus ofertas sean limitadas, y por otro lado, existe un sistema completo de mercados de tal manera que no haya especulación posible y, por tanto, demandas ilimitadas. Al contrario, la primera condición, es decir, continuidad de ofertas y demandas, necesita ser precisada.

a) Continuidad de las ofertas y demandas y existencia del equilibrio.

Volvamos al ejemplo simple de las curvas de oferta y demanda de un bien, presentadas en el capítulo 1. Si las curvas son como las que aparecen en la figura 3.1, entonces existe un precio (pe) para el cual existe una igualdad entre la oferta y la demanda global de un bien, en tanto son iguales, para este precio, a la cantidad de equilibrio (qe).

 

Figura 3.1. Caso de Equilibrio

 

Pero también vimos en el capítulo 1 que es posible que la curva de la oferta sea discontinua, es decir, que la oferta sea nula hasta que el precio no llegue a un cierto umbral (po), y después tome un valor estrictamente positivo, (qo) cuando tal umbral sea superado. En tal circunstancia, es suficiente que po y qo sean lo suficientemente elevados para que no haya equilibrio; en este caso porque la demanda es inferior a qo si el precio es mayor o igual a po; además, siempre es superior desde que el precio sea inferior a po ya que no existe la oferta. La figura 3.2 da un ejemplo de esta situación; las curvas de oferta y demanda no se cortan en virtud al “salto” efectuado por la curva de la oferta en po.

 

Figura 3.2. Caso sin equilibrio

 

Pude suceder igualmente que la curva de la demanda sea discontinua, como se ilustra en la figura 3.3, donde, hasta que el precio logre el nivel p1, la demanda se desploma no hay en tal caso equilibrio si, para un precio menor a p1, la oferta es inferior a la demanda.

 

 

Figura 3.3. Caso sin equilibrio

 

Notemos que la presencia de discontinuidades puede implicar la desaparición del equilibrio, pero ello no es inevitable.

Así, se puede imaginar un caso similar al descrito en la figura 3.3, pero ya con la existencia de un corte de las curvas de oferta y demanda por “fuera de la punteada”, y en una situación en la cual una u otra, o las dos no fuera(n) sin embargo, continua(s). Dicho de otra manera, la continuidad de las funciones de oferta y demanda es una condición suficiente, pero no necesaria, para la existencia de un equilibrio. Sin embargo, y esta aclaración es válida para todas las condiciones vislumbradas en este capítulo, el teórico busca darse condiciones que “basten” para establecer el resultado deseado, incluso si son demasiado “fuertes”.

El microeconomista procurará definir un conjunto de hipótesis, lo mas limitado posible, que garantice la continuidad de ofertas y demandas, y, por tanto, la existencia del equilibrio. Por ello, no se puede contentar con razonamientos basados en curvas de oferta y demanda establecidas a priori; no, debe, según los cánones que el mismo se ha dado, “remontar” hasta el individuo, haciendo adaptar estas hipótesis sobre sus características fundamentales: gustos, dotaciones iniciales, técnicas disponibles.

b) Las hipótesis sobre los agentes que aseguran la continuidad

Estas hipótesis son relativamente numerosas, pero muchas de ellas son de orden matemático, por ejemplo que los bienes sean infinitamente divisibles, suponiendo que tales hipótesis sean de todos modos “aceptables” en el plano económico, al menos aproximadamente. Es por ello que vamos a centrar acá nuestra atención sobre aquellas, no muy numerosas por cierto, que nos parecen las más importantes en razón de sus implicaciones económicas.

  •  En relación con los productores, la hipótesis esencial, desde el punto de vista de la continuidad de la función de oferta, y por tanto de la demanda de insumos, es la ausencia de costos fijos -capítulo 1.1.B.b-, es decir, de un umbral de rentabilidad. Como los teóricos del equilibrio general lo reconocen, comenzando por Arrow y Debreu, es una hipótesis demasiado fuerte, en tanto conduce a dudar sobre la razón de ser de las empresas. En efecto, si no hay umbral de rentabilidad ni rendimientos crecientes, la producción puede ser efectuada por unidades tan pequeñas como se quiera -sí los rendimientos son decrecientes es incluso deseable, desde el punto de vista de la rentabilidad-; en consecuencia, sería completamente racional que las empresas se redujeran a unidades elementales, es decir, que cada hogar creara su propia empresa, que sea a la vez consumidor y productor. Para evitar tal situación, la desaparición de la empresa en tanto que entidad propia, Arrow y Debreu suponen que las empresas son dadas a priori, sin que ellas se puedan subdividir ni fusionar. Con esto excluyen la posibilidad de “libre entrada”, que, sin embargo, es considerada como una de las características esenciales de las situaciones “competitivas”. Conviene señalar que el asunto de los costos fijos, o lo que es lo mismo, los rendimientos a escala crecientes, está a menudo en el centro de las discusiones entre los economistas; tal realidad sirve para justificar las subvenciones estatales, en lo que se refiere especialmente a las “industrias nacientes” de alta tecnología pensemos en el caso de Airbus o de Arianespace, con los gastos excesivamente altos que implica el desarrollo de prototipos. Las conclusiones del modelo de competencia perfecta no se pueden emplear en este debate pues tal modelo excluye los costos fijos.
  • En relación con los hogares, las dos hipótesis principales, que garantizan la continuidad de ofertas y demandas son:

    Una preferencia por las combinaciones, la “convexidad de las preferencias”; en efecto, si no fuera así, dependiendo del precio, los individuos sólo demandarían un bien, de tal manera que sus demandas sufrirían “variaciones bruscas”, para ciertos precios.

    Cada hogar dispone de una dotación inicial que le permite sobrevivir sin efectuar intercambios; en efecto, si no fuera así, podría llegarse a una situación en la que a ciertos precios, por ejemplo un salario muy bajo, los hogares tuvieran un ingreso -valor de su dotación inicial a tales precios- que no les permitiera adquirir el mínimo necesario para sobrevivir; si desaparecen su demanda cesaría bruscamente, -el salto de la vida a la muerte no es pues la discontinuidad suprema?-.

Entre las dos hipótesis referidas a los hogares, sin duda es la segunda la que implica mas problemas. Efectivamente esta hipótesis vuelve a poner en discusión el asunto de la repartición de las dotaciones iniciales; a este interrogante el microeconomista se niega a responder. Quién decide tal repartición y con qué base? Además, como lo subraya el laureado con el Nobel Tjalling Koopmans, en sus Trois Essais sur la science économique (1957), esta hipótesis fortalece la idea según la cual el modelo describe una sociedad de pequeños productores independientes, que viven esencialmente de su producción y en la cual el intercambio no juega mas que un papel de apoyo en el mejoramiento de su bienestar. Esta observación va en el mismo sentido que la hipótesis sobre la ausencia de costos fijos y no entra en contradicción con la imagen del comisario subastador que busca coordinar la actividad de una multitud de individuos.

c) La existencia del equilibrio

Bajo las hipótesis que acabamos de enumerar sobre los consumidores y los productores, a las cuales se agregan las de la competencia perfecta descritas en el capítulo precedente, existe al menos un conjunto de precios, uno por bien, tal que exista igualdad entre ofertas y demandas para cada bien, consideradas como conjunto. Como lo hemos señalado al final del primer capítulo, este resultado se obtiene empleando el teorema del punto fijo.

Ahora, el interés de un tal teorema estiba en que no se limita al estudio de casos particulares, sino que trata situaciones relativamente generales. Así, gracias a este teorema, se pudo hacer la demostración de la existencia del equilibrio, sin tener que dar una “forma exacta” de las relaciones de preferencia o de las funciones de producción. Para el microeconomista, hay un asunto que vale la pena enfatizar; sabe que el alcance de este resultado es limitado, en la medida en que se apoya en hipótesis extremadamente restrictivas, incluso si son de orden cualitativo, tanto sobre la “forma” de las preferencias como sobre las posibilidades técnicas. En otras palabras mientras que se encuentra ante la existencia del teorema de Arrow-Debreu, el microeconomista se divide entre dos sentimientos: la fascinación ante la “belleza” del resultado y la elegancia de la demostración y el escepticismo en cuanto a su interés real.

Tal escepticismo se refuerza por la constatación siguiente: el teorema muestra que existe un sistema de precios que equilibra la suma de las ofertas con la suma de las demandas para cada bien, pero no dice nada sobre la forma como se realizan las transacciones, cuando los precios son conocidos. Dicho de otra manera, los precios de equilibrio, tal como se definen en el modelo competitivo, vuelven compatibles las preferencias individuales, pero su conocimiento no es suficiente para la realización efectiva de los planes que están en la base de tales preferencias.

d) El problema del paso de los precios a las cantidades de equilibrio

Arrow y Debreu mostraron que existe un sistema de precios (fijados) para el cual la suma de las ofertas y de las demandas individuales son iguales para cualquier bien. Estas ofertas y demandas individuales son denominadas cantidades de equilibrio asociadas a los precios de equilibrio; queda entonces por precisar como se van a efectuar los intercambios que permitan pasar a cada uno de su dotación inicial a tales cantidades.

En su época Walras era consciente del problema surgido por la obtención efectiva de los intercambios del equilibrio, pues había sentido la necesidad de agregar al dispositivo del comisario subastador una “casa de compensación”, especie de depósito donde, al momento en que se conocen los precios de equilibrio, cada uno llevaría los bienes que ofrece y retiraría los que demanda, lo cual es posible porque los precios de equilibrio son tales que existe, globalmente, igualdad entre las ofertas y las demandas. El carácter centralizado del modelo de competencia perfecta evidentemente se refuerza.

En efecto, la cuestión evitada por el paso de los precios a las cantidades de equilibrio es la de la modalidad de los intercambios entre individuos, y, por tanto, la del dinero, en efecto, un sistema de trueque generalizado sería demasiado costoso en tiempo y en transacciones intermedias porque no hay ninguna razón para que las ofertas de los unos coincidan con las demandas de los otros, cualquiera que sean los bienes y los individuos. Ahora, el dinero no es un bien como los otros, en la medida en que existe sólo a través de relaciones interindividuales, en las cuales la confianza representa un papel esencial: acepto que me paguen con pedazos de papel, los billetes de banco, porque sé que otros aceptarán que les pague con los mismos pedazos de papel y ellos mismos también saben que... y así sucesivamente.

Por tanto, postular la existencia del dinero es postular la existencia previa de una relación social; ahora, el objetivo del microeconomista es buscar las explicaciones de los fenómenos económicos al nivel de las características y de los comportamientos de las unidades fundamentales que son los individuos; cómo integrar entonces el dinero en este esquema, ya que éste no se puede reducir a una característica individual?

Realmente el microeconomista no logra responder a esta pregunta; su procedimiento es, y debe ser “amonetario” y supone implícitamente, que existe una institución, del tipo de la casa de compensación, que organiza sin costos, los intercambios.

2. LAS PROPIEDADES DEL EQUILIBRIO COMPETITIVO

Aunque los “padres fundadores” de la microeconomía actual, Hicks y Samuelson, no hayan examinado el problema de la existencia del equilibrio competitivo la búsqueda de sus propiedades estaba en el centro mismo de su proyecto, fue retomado por sus numerosos sucesores. Entre tales propiedades la optimalidad y la estabilidad son particularmente importantes; pero hay que agregar a su proyecto la búsqueda también de las condiciones que se refieren a la estática comparativa, a las cuales Hicks y Samuelson otorgaban mucha importancia como lo resaltamos en el capítulo 1.

A. El equilibrio competitivo en tanto que óptimo de Pareto

Por qué el microeconomista da tanta importancia al equilibrio competitivo? Ciertamente no por razones “prácticas” en tanto el mundo representado por el modelo de competencia perfecta es imaginario, creado por las necesidades de comprobación de su existencia. Para el microeconomista el equilibrio competitivo es esencial desde un punto de vista normativo; si se puede probar que es “óptimo”, en un sentido que falta precisar, entonces se transforma en un objetivo hacia el cual habría que encaminarse.

Todo procedimiento normativo necesita un criterio de clasificación, de comparación entre situaciones diferentes. En el caso de los individuos, las relaciones de preferencia, o la función de utilidad, o el beneficio suministran un tal criterio. Pero, como hacer en el caso de un equilibrio, que resulta de una multitud de maximizaciones individuales, pero que no representa por sí mismo el extremo de una función cualquiera?

En tanto que el equilibrio competitivo entendido aquí como la repartición de los recursos disponibles entre los agentes después de que se han efectuado los intercambios en la casa de compensación se establece por una distribución de las riquezas de la sociedad entre los individuos, de tal manera que cada uno maximiza su utilidad, habida cuenta los recursos de que dispone, esto es, su dotación inicial. En consecuencia, si la repartición “inicial” varía, el equilibrio correspondiente también lo hará. Ahora, quien dice repartición, dice también intereses contradictorios: en tanto los recursos disponibles son limitados, aumentar la dotación de unos implica disminuir la de otros. De esta manera, no puede haber consenso en cuanto a la “mejor” repartición posible de los recursos, al menos si se tiene en cuenta el principio básico de la microeconomía, “lo mejor para uno mismo”, ya que según tal principio, para cada individuo la mejor repartición es la que le atribuye a él la totalidad de los recursos sin dejar nada a los otros!

Es claro que siempre es posible introducir criterios de clasificación que hagan intervenir, por ejemplo, la “equidad” o la “justicia”; ahora, para el microeconomista tales criterios, en tanto se apoyan en juicios de valor, se deben excluir por principio.

a) El criterio de Pareto

Es necesario concluir que no se puede comparar entre las diversas distribuciones de los recursos disponibles denominados estados realizables, entre los miembros de la sociedad? No, en tanto es posible que ciertos de éstos sean unánimemente preferidos a otros, de manera tal que se les pueda considerar como “colectivamente superiores”; es un tal punto de vista unanimista la base del criterio propuesto por el economista y sociólogo Vilfredo Pareto (1848-1923) que se enuncia de la siguiente manera: se dice que un estado realizable es preferido a otro según el criterio de Pareto si es seleccionado por cada uno de los miembros de la sociedad, definiéndose la preferencia como estricta si al menos un individuo está estrictamente mejor en tal estado preferido. Un ejemplo sencillo en que este criterio se aplica es el de una economía en la cual los individuos tienen interés en efectuar intercambios, habida cuenta sus dotaciones iniciales que les han sido asignadas. Si el intercambio es voluntario a tasas “aceptables” para las diversas partes entonces se llega a una nueva repartición de los recursos preferida a la repartición inicial según el criterio de Pareto, ya que quienes efectuaron las transacciones vieron aumentar su satisfacción, si no fuera así por que hacerlas?;la de los otros, que prefirieron el statu quo, permanece igual, en consecuencia no se oponen al cambio de un tipo de repartición a otra. Es claro que el criterio de Pareto no permite comparar todos los estados realizables, ni siquiera la mayoría de ellos, en tanto la mayoría de las veces si se presenta un cambio cualquiera en la repartición de los recursos, algunos pierden y otros ganan, de tal manera que no hay unanimidad.

b) Los óptimos de Pareto

Volvamos a la situación en la cual los individuos proceden a efectuar intercambios voluntarios, y consideremos los estados realizables donde no hay intercambios porque todas las posibilidades de transacciones mutuamente ventajosas se han agotado; tal es el caso por ejemplo, si las tasas marginales de sustitución entre dos bienes cualquiera son iguales para todos los agentes.

Se dice de tales estados realizables que son óptimos de Pareto porque no existe otro que le sea estrictamente preferido según el criterio de Pareto. Así, una distribución de los recursos entre los individuos, es decir un estado realizable, es un óptimo de Pareto si no se puede modificar sin lesionar al menos a uno de ellos.

Hay generalmente una infinidad de óptimos de Pareto empezando por una distribución en la cual un individuo posee todos los recursos y los otros nada. Ahora, es claro que los óptimos de Pareto no son comparables entre ellos, según el criterio del mismo Pareto. Es por ello que no se puede hablar del óptimo de Pareto de una economía, ni de un estado “óptimo” sin ninguna precisión, ya que esto dejaría entrever que existe un estado realizable “superior” a todos los otros, cualquiera que ellos fueran, lo que no puede ser, ya que repitámoslo, todos los estados no se pueden comparar si se ha prohibido todo juicio de valor relativo a la repartición.

Sea lo que sea, e independientemente del hecho que no sean comparables, los óptimos de Pareto representan un papel esencial en la microeconomía en tanto que normas. En efecto, si un estado realizable, no es un óptimo de Pareto, entonces existen forzosamente otros estados realizable que le son unánimemente preferidos, pues si no fuera así sería un óptimo de Pareto. En consecuencia, el microeconomista “debe” encontrar el medio o efectuar proposiciones, que posibiliten llegar a uno de los óptimos de Pareto preferido al estado considerado; se puede colegir el carácter normativo de estos óptimos, carácter que explica, entre otros hechos, el lugar privilegiado que le dan los microeconomistas al equilibrio competitivo, caso particular, pero importante, de un óptimo de Pareto.

c) Los dos teoremas de la economía del bienestar

Estos dos teoremas, los únicos como lo veremos, relativos al equilibrio competitivo, muestran que bajo ciertas condiciones, existe una relación estrecha entre los equilibrios competitivos y los óptimos de Pareto.

 Según el primer teorema, todo equilibrio competitivo es un óptimo de Pareto. Se entiende fácilmente por qué como a los precios del equilibrio, cada cual maximiza su utilidad sometido a la restricción presupuestal, no puede “estar mejor”, al menos un individuo, sin restringir la elección de al menos otro. El primer teorema de la economía del bienestar constituye el mejor argumento esgrimido por el microeconomista para justificar la importancia que él otorga en sus análisis a la competencia perfecta.

El segundo teorema es en cierta manera, el recíproco del primero, porque afirma que a todo óptimo de Pareto se puede asociar un sistema de precios tal que exista a tales precios, un equilibrio competitivo, al menos si los consumidores “prefieren las combinaciones” y si no hay costos fijos ni rendimientos crecientes. Se concluye de este teorema que si un estado realizable no es un equilibrio competitivo, entonces no es óptimo según el criterio de Pareto con la condición de que no haya costos fijos etc.

Este segundo teorema toma todo su sentido en un contexto de planificación, ya que se necesita asociar un sistema de precios a un estado realizable óptimo en el sentido de Pareto, y que el planificador quisiera lograr.

d) Externalidades y bienes colectivos

El primer teorema de la economía del bienestar es válido de manera general, ya que su demostración no recurre a ninguna hipótesis particular sobre los gustos de los hogares, o sobre las funciones de producción, contrariamente a lo que sucede con el teorema de existencia de un equilibrio general. Sin embargo, la demostración se apoya en una hipótesis implícita que adquiere toda su importancia cuando se aborda el asunto de la eficiencia, en el sentido de Pareto; tal hipótesis consiste en suponer que las acciones de los individuos o al menos de algunos de ellos no afectan el bienestar de otros, o de algunos otros, si no es a través de las relaciones mercantiles a los precios fijados.

Tal hipótesis es de hecho muy importante porque excluye lo que los microeconomistas denominan externalidades, entre las cuales la contaminación es el ejemplo mas conocido, como externalidad “negativa”. Como externalidades se consideran también la mayor parte de actividades que se refieren a la educación, la salud y a la “calidad de vida”, son externalidades positivas.

El estudio de situaciones que implican externalidades hace parte de lo que se denomina economía pública; adopta un punto de vista normativo, porque su propósito es determinar la política que debe seguir el Estado para limitar los efectos de las externalidades negativas y aumentar los de las externalidades positivas.

Si se tiene en cuenta las externalidades, entonces los teoremas de la economía del bienestar no son ya válidos; en este caso el equilibrio competitivo no es ya un óptimo de Pareto, como se puede ver tomando el ejemplo de la contaminación. Supongamos que una empresa causa perjuicios humos, aguas contaminadas etc. y que existe un equilibrio competitivo con igualdad de ofertas y demandas competitivas; los hogares que padecen los perjuicios pueden tener interés a contribuir y pagar un sistema de filtros a la empresa de tal manera que el estado realizable así logrado con los filtros sea estrictamente preferido en el sentido de Pareto, al equilibrio competitivo: los hogares se benefician de un entorno más agradable su ganancia en utilidad supera la pérdida de satisfacción provocada por la contribución pagada en tanto que la empresa tiene siempre el mismo beneficio. En consecuencia el equilibrio competitivo no es un óptimo de Pareto, porque existe un estado realizable, “superior” según el criterio de Pareto.

Este ejemplo permite ver porqué la intervención del Estado es cuasi inevitable desde un punto de vista normativo. En efecto, a éste le corresponde la recolección de fondos en tanto cada individuo tiene interés en eludir el pago requerido, pero beneficiándose del ambiente “descontaminado” y vigilar que la empresa respete sus compromisos. Es claro que nada lo obliga a adoptar el principio de “el que contamina paga” de nuestro ejemplo, que tenía como propósito mostrar la no optimalidad del equilibrio competitivo, sí fuera la empresa la que debe pagar el dispositivo anticontaminante, su beneficio disminuye, y no se le puede aplicar el criterio “unanimista” de Pareto.

Se puede razonar de manera parecida con las externalidades positivas; por ejemplo, si me vacuno la enfermedad retrocede y evito su propagación, de donde se deduce el interés por una vacunación sistemática que incluso puede hacer desaparece completamente la enfermedad...y, por tanto, la necesidad de vacunarse!

También existe el caso de los bienes colectivos, similar al de las externalidades positivas. Entre ellos, las infraestructuras públicas ocupan un sitio esencial. De tal manera que si se “deja hacer” a individuos racionales las calles o las carreteras nunca se adelantarían, como tampoco se aseguraría la iluminación urbana, ni los puentes se construirían etc., ello al menos si no es posible hacer pagar a los utilizadores lo que logra un poco un sistema de peajes con la condición de que su implementación no sea muy costosa. El equilibrio competitivo no es pues un óptimo de Pareto, porque todo el mundo, o al menos los utilizadores potenciales, tienen interés de que las calles, las carreteras, los puentes etc., sean construidos, aunque sea contribuyendo, es decir, pagando impuestos; el único que puede hacer bien esta tarea es el Estado.

B. Equilibrio competitivo, estabilidad y estática comparativa

El teorema de la existencia al menos de un equilibro general y de los teoremas de la economía del bienestar, constituyen los primeros resultados del modelo de competencia perfecta tal como fue “perfeccionado” por Arrow y Debreu, en la perspectiva por lo demás, de llegar a tal resultado. Pero este perfeccionamiento no debería ser mas que el principio, ya que el objetivo era establecer relaciones causales, del siguiente tipo: si tal o cual recurso natural se vuelve escaso, entonces su precio aumenta; tales relaciones hacen parte del dominio de la estática comparativa, como se vio en capítulo 1. Sin embargo, antes de dirigir la investigación en esta dirección, se necesita asegurar la estabilidad del equilibrio ya que sin ella, este pierde buena parte de su significado.

a) Tanteo walrasiano y estabilidad

Cuando el teorema de la existencia fue establecido, los principales teóricos del equilibrio general se han dirigido a enfrentar el problema de la estabilidad de los equilibrios de su modelo. Mas exactamente, se han hecho la pregunta siguiente: qué sucede si el comisario subastador fija precios para los cuales no hay igualdad entre las ofertas y las demandas, es decir, no hay equilibrio? Para responder, se necesita en primer lugar dotarse de una regla de modificación de los precios, que permita la aparición de una dinámica, de una evolución del sistema.

La regla adoptada por el microeconomista es la del tanteo walrasiano - capítulo 2.2-; que consiste en aumentar el precio de los bienes en los cuales la demanda es superior a la oferta y disminuir el de los otros, para los cuales la oferta es superior a la demanda, como se estima que debe hacerlo la “ley de la oferta y la demanda”. El objetivo es entonces mostrar que, provisto de esta regla, el sistema es estable, es decir, que los precios convergen hacia un equilibrio.

Sin embargo, los teóricos del equilibrio general se han persuadido que una demostración como la considerada no es tan fácil; además, las simulaciones efectuadas por computador, en el marco de modelos relativamente simples, hacen aparecer evoluciones demasiado diversas, que van desde las oscilaciones sin fin a trayectorias “caóticas”. En efecto, la estabilidad del sistema, es decir, su convergencia hacia un equilibrio, parecía ser más la excepción que la regla.

En principio sorprendidos -quién habría podido pensar que las “fuerzas del mercado” pudiesen engendrar, en un cuadro por demás bastante idealizado, donde ellas pueden actuar “sin obstáculos”, evoluciones tan desordenadas- los teóricos del equilibrio general cambiaron radicalmente de perspectiva; así, en vez de probar la estabilidad del tanteo, han buscado establecer el resultado contrario: en regla general, si se adoptan las hipótesis de Arrow-Debreu, la aplicación de la “ley de la oferta y la demanda” en competencia perfecta no conduce a un equilibrio.

Entre 1972 y 1974 varios autores, entre ellos Debreu, han establecido una serie de teoremas, que se orientan en la misma perspectiva y en los cuales la inestabilidad del tanteo es una de las principales consecuencias; la diversidad y cuasi simultaneidad de las demostraciones indican que el resultado estaba “maduro”. Incluso, si este resultado pudo ser formulado de varias maneras, con pocas diferencias de fondo, hablaremos a este respecto del teorema de Sonnenschein, quien fue el primero en establecerlo.

b) Teorema de Sonnenschein

Este teorema que no sólo se refiere al problema de la estabilidad, se enuncia de la siguiente manera: las ofertas y demandas del modelo de competencia perfecta, tal como fue establecido por Arrow y Debreu, tienen una forma cualquiera. Dicho de otra manera, no se puede deducir de las hipótesis de Arrow y Debreu, que permiten probar la existencia de al menos un equilibrio, que la demanda de un bien disminuya en tanto su precio aumenta, o que su oferta varía en el mismo sentido de su precio. Así pues, el teorema de Sonneschein coloca un punto final a las tentativas efectuadas para probar la validez de la “ley de la demanda”. Mas generalmente, siembra la duda en cuanto a la validez de razonamientos, frecuentes en microeconomía, sobre las curvas de oferta y demanda que tienen la “forma habitual”, esto es una creciente otra decreciente.

¿Cómo explicar que se pueda llegar a conclusiones tan desconcertantes? Esencialmente por el “efecto ingreso”: en tanto varían, los precios inducen cambios en el poder de compra de los agentes, aumenta para unos y disminuye para otros; la resultante de tales cambios depende estrechamente de valores en parámetros del modelo, especialmente de la repartición de las dotaciones iniciales. Un caso simple, sobre el cual Keynes insistió es el del salario: una baja en el salario vuelve el trabajo “menos caro” e incita a la contratación, pero al mismo tiempo puede provocar una disminución de la demanda, de la cual la masa salarial es una componente importante, lo cual no actúa en el sentido de un incremento de la contratación. El efecto final es incierto.

Se encuentra lo que habíamos señalado en el 1.1.A, sobre el efecto sustitución y el efecto ingreso: si el precio de un bien aumenta, el consumidor es estimulado a sustituirlo por otros, relativamente más baratos. Pero, al mismo tiempo, el ingreso de los vendedores aumenta, lo que podría conducirlos a incrementar el consumo. Además, mientras más elevado se el número de bienes considerados, es más compleja la interacción entre estos dos efectos y, por tanto, más imprevisible.

c) El fracaso del programa de investigación de Hicks y Samuelson.

El teorema de Sonneschein no sólo tiene como consecuencia dejar mal parada la competencia perfecta o la “ley de la demanda”: vuelve imposible todo resultado general de estática comparativa”. Ahora, como lo vimos en el capítulo 1, era el logro de este tipo de resultado el centro del programa de investigación de Hicks y Samuelson, los fundadores de la microeconomía moderna. En consecuencia, este programa ha agotado sus posibilidades con la formulación del teorema la existencia de al menos un equilibrio competitivo y de los dos teoremas de la economía del bienestar.

Tal constatación no deja de tener graves consecuencias, sobre todo cuando la microeconomía es, de alguna forma, el pilar sobre el cual se construye la teoría económica dominante, denominada neoclásica. Ahora, algunos pueden argumentar: Pero en la realidad la ley de la demanda parece haberse verificado; además, las economías de mercado, sometidas a las leyes de la oferta y la demanda, no son profundamente inestables, al contrario de lo que da a entender el teorema de Sonnenschein. Por otro lado, tal teorema ha sido establecido en el marco de un modelo que representa una organización social muy particular, por no decir extraña; querer sacar conclusiones relativas al mundo en que vivimos, es por lo menos, "abusivo" .

Este punto de vista se defiende en realidad; ahora, se debe aplicar a todas las conclusiones de la microeconomía en competencia perfecta, incluso sus “puntos fuertes” como son los teoremas de existencia y de la economía del bienestar. En particular le hace perder una de sus principales razones de ser: “justificar” el lugar preponderante que le da al equilibrio competitivo, en tanto que referencia y norma.

Que le puede entonces responder el microeconomista a quienes indican que la estabilidad del “mundo real” es debida, al menos parcialmente, a la existencia de “rigideces” y de “imperfecciones”, por ejemplo sindicatos, acuerdos de todo tipo, intervenciones del Estado, reglas y convenciones, y que estas no son pues, forzosamente, una mala cosa?

Notemos finalmente que, aunque el teorema de Sonneschein se haya establecido en el marco de la competencia perfecta, su dominio de aplicación es mucho más amplio, como tendremos la oportunidad de comprobarlo cuando tratemos los modelos en competencia imperfecta. En efecto, es una especie de espada de Damocles pendiente sobre toda formalización matemática que haga intervenir a varios individuos en interacción.

d) Las orientaciones actuales de la microeconomía

El teorema de Sonneschein no hace desaparecer la microeconomía, considerada por muchos como si fuera la teoría económica. Ahora, le obliga a limitar bastante sus ambiciones. Es así como los microeconomistas han tomado actualmente tres tipos de rumbos que no son demasiado satisfactorios:

1) Considerar casos particulares, donde se le da una “forma numérica”, con cifras, a las funciones de utilidad y de producción; ello es en buena forma arbitrario ya que, como lo hemos señalado, no es posible determinar tales funciones individuo por individuo; incluso si lo fuera, no hay razón para que tales funciones tuvieran las formas que les atribuye la teoría.

2) Construir modelos reducidos, que apenas impliquen a varios individuos y algunos bienes seleccionados, calificados eventualmente de “representativos”; de esta manera se renuncia a tratar el problema central de la economía política, el de la coordinación de las actividades de multitud de individuos; aún así, es inevitable acudir a especificaciones muy particulares, escogidas por la necesidad de las demostraciones.

3) Adoptar un enfoque en equilibrio parcial, por ejemplo dotándose a priori curvas de oferta y de demanda, que tuvieran unas ciertas propiedades, no deducidas de comportamientos individuales, y razonar considerando bienes aislados, aplicando el supuesto de “permaneciendo las otras cosas constantes”; si se procede así se abandona, al menos parcialmente, el principio constitutivo de la microeconomía, partiendo del comportamiento de las “unidades de base” que son los hogares y las empresas.

La mayoría de los que se llaman hoy “microeconomistas” adoptan el punto de vista del equilibrio parcial en el cual se emplean los modelos reducidos con “agentes representativos”, que se transforman, curiosamente, en su objeto de reflexión preferido. Ahora, si la microeconomía se ha visto forzada, por la fuerza de las circunstancias, a limitar sus ambiciones desde el punto de vista de los resultados a los cuales puede llegar en una perspectiva del equilibrio general, ha buscado por otro lado extender su campo teórico integrando el tiempo y la incertidumbre, incluso despojándolos así de una buena parte de su esencia.

3 TIEMPO Y BIENES CONDICIONALES

Si el enfoque microeconómico fascina a un buen número de investigadores en ciencias humanas ello se explica particularmente por su capacidad de relacionar formalmente en el mismo modelo las situaciones más diversas con la condición de que se puedan reducir a problemas de maximización.

Entre las situaciones importantes para el economista, existe en primer lugar aquellas que comportan una dimensión temporal, donde se necesita tener en cuenta fenómenos tan esenciales como el ahorro y la inversión. También la incertidumbre está en el corazón de la vida económica y explica la existencia, entre otros, de sistemas de seguros. Vamos a ver sucesivamente, como el microeconomista introduce el tiempo y la incertidumbre en el modelo de competencia perfecta, sin modificar su naturaleza. En cierto sentido sólo cambian el lenguaje y la manera de interpretar el modelo.

A. El tiempo en el modelo de la competencia perfecta

En el modelo de competencia perfecta se supone que los precios fijados se refieren a todos los bienes de la economía que figuran en las funciones de utilidad o en las funciones de producción. Es la hipótesis de la existencia de un sistema completo de mercados. Ahora, entre las características de los bienes, la fecha de disponibilidad es esencial. Surge la idea de diferenciar entre bienes presentes y bienes futuros, lo cual conduce a introducir nociones nuevas como la tasa de interés y el valor actual, siempre manteniendo el mismo cuadro de referencia.

a) Bienes futuros, tasa de interés y valor actual

Supongamos que ciertas variables -cantidades- que intervienen en las funciones de utilidad y producción, tienen relación con bienes que serán producidos o consumidos en el futuro en fechas precisas, es claro que el número de bienes aumenta con el tiempo. La hipótesis sobre el sistema completo de mercados significa entonces que existe un precio fijado “ahora” para tales bienes futuros, de tal manera que sea posible calcular tasas de cambio inter-temporales, relativos a cada bien.

Tomemos un ejemplo; supongamos que el precio de un kilo de manzanas es “ahora” igual a 12 y que el precio del mismo kilo “mañana” sea 10, lo que significa en el último caso que se necesita “pagar” 10 de “ahora” para poder disponer de un kilo de manzanas “mañana”. La tasa de cambio entre manzanas “disponibles hoy” y “disponibles” mañana es pues igual 12/10 = 1.2. La diferencia 1.2-1=0.2, se puede entonces interpretar como una tasa de interés: si vendo las manzanas que tengo hoy y las recompro mañana, dispondría entonces de un 20% mas de manzanas. Mi abstinencia es así “recompensada”.

En general se considera que los individuos tienen una “preferencia por el presente” y que, en consecuencia, el precio presente es superior al futuro. Tal reflexión puede parecer sorprendente a quienes están habituados a ver aumentar los precios con el paso del tiempo, a causa de la inflación. La explicación es simple: la inflación se refiere al nivel de precios, su valor absoluto, en tanto que en el modelo de competencia perfecta sólo cuentan los precios relativos, esto es las relaciones de precios tal como nos lo recuerda el ejemplo de las manzanas que se acaba de presentar. En tanto uno se encuentra frente a canastas de bienes disponibles en una fecha futura, se puede calcular el valor a los precios fijados hoy pero con precios futuros también. Se dice que se está determinando su valor actual; si las tasas de interés son positivas, es mayor tal valor para una canasta disponible hoy que en una fecha ulterior.

De esta manera la existencia de precios fijados “hoy” para los bienes futuros permite, gracias al cálculo de los valores actuales para todas las canastas de bienes posibles, “telescopear” el futuro en el presente, y de manera parecida, retomar los análisis usuales con algunas adaptaciones de terminología.

b) Preferencias y equilibrio intertemporal

En tanto existe un sistema completo de mercados se considera que las funciones de utilidad y de producción intertemporales cuyos argumentos, las “variables” son cantidades de bienes presentes y futuros. En tales condiciones los hogares van a calcular sus tasas marginales de sustitución intertemporal que van a confrontar a las relaciones intertemporales de precios correspondientes, de manera tal que determinaran sus ofertas y demandas transmitidas al comisario subastador. De esta manera agregando el adjetivo “intertemporal” nos encontramos como en el caso habitual.

Es el mismo caso para el productor, cuyo objetivo consiste en maximizar el valor actual de su beneficio, obtenido a partir de las diferencias entre los ingresos y gastos en los diversos períodos. Para ello iguala la productividad marginal en valor de cada insumo a su precio fijado, teniendo en cuenta la fecha, ya que los bienes están ubicados en el tiempo.

En tanto que los precios fijados logran la igualdad de las ofertas y demandas presentes y futuras, se dice que forman un equilibrio general intertemporal. Tal equilibrio se logra cuando existe compatibilidad entre los planes de los agentes para toda su vida y cada cual recibirá en las fechas deseadas los bienes comprados “ahora”, a los precios de equilibrio y se compromete a entregar en las fechas previstas los bienes ofrecidos, como el trabajo.

Se puede considerar que en el equilibrio se hacen contratos entre los agentes en los cuales se precisa la fecha y las cantidades de los bienes que se cambiarán entre unos y otros, y que serán ejecutados. Se supone que existe un sistema completo de mercados y que no existirá ninguna sorpresa, buena o mala antes de su ejecución. El comisario subastador vigilará que cada uno respete sus compromisos.

De esta manera, y en tanto que los precios del equilibrio general intertemporal se conocen y en tanto diversos contratos son firmados, es decir, “todo está reglamentado”, los agentes sólo tienen que ejecutarlo; no hay pues problema económico propiamente dicho. Este análisis puede parecer extraño, pero es la consecuencia lógica de la ausencia de eventos imprevistos o impredecibles, que supone el modelo de competencia perfecta. Se tiene pues en cuenta el tiempo, pero de manera puramente formal, olvidando su compañera inseparable, la incertidumbre.

c) Capital humano, ingreso permanente, arbitraje trabajo / descanso

A pesar de tales reservas, el enfoque del equilibrio general intertemporal se emplea con frecuencia, de manera mas o menos explícita, en los análisis microeconómicos en los cuales se otorga un sitio al tiempo.

De tal manera este enfoque es el origen de la teoría del capital humano que, como su nombre lo indica, ve en todo individuo una especie de capital que genera flujos de ingresos regulares, cuya forma depende de la “inversión” efectuada al principio o en varios períodos. Esta inversión puede consistir, por ejemplo, en gastos de formación; ahora, antes de emprender ésta, todo individuo racional evalúa su costo, incluyendo lo no ganado en trabajo remunerado por estar estudiando, y luego compara este costo con el valor actual del flujo de ingresos adicionales que resultarán de una mejor calificación proporcionada gracias a su “inversión” en educación. Examinando todas las posibilidades posibles de formación, optará por la que le procure el ingreso neto actualizado mas elevado.

Es claro que este tipo de análisis apenas constituye el punto de partida de la teoría del capital humano, que no se reduce al marco estrecho impuesto por las hipótesis de la existencia de un sistema completo de mercados y que pretende explicar, a partir de las preferencias racionales individuales, las diferencias de remuneración que se observa en nuestras sociedades, incluso hasta considerando las diferencias raciales y de sexo, intentando de paso precisar el papel jugado por ciertas “imperfecciones”; en primer lugar claro está, el hecho que el hombre-capital no se puede vender o transferir como es el caso de un bien-capital como una máquina.

La noción de “ingreso permanente” empleada esencialmente en macroeconomía, subraya también el equilibrio intertemporal en tanto parte de la idea que los hogares toman sus elecciones con base en el valor actual del conjunto de sus ingresos futuros, que es, además, asimilado a riqueza. El ingreso permanente es pues el ingreso obtenido en cada período de tal manera que la riqueza permanezca constante en el tiempo; ello sólo es posible si el ingreso permanente es dado por los intereses recibidos por la “inversión” que constituye la riqueza que es igual al valor actual del conjunto de flujos de los ingresos permanentes.

Otro ejemplo importante sobre la preferencia intertemporal se refiere justamente a la distribución del tiempo disponible entre trabajo y descanso: frente a los salarios fijados de los diversos períodos las familias deciden trabajar mas en algunos de éstos, si el salario es mas elevado, y menos en otros. El microeconomista dice que las familias efectúan un arbitraje sobre la manera de emplear su tiempo disponible, de la misma manera que lo hacen los financistas con sus capitales. En tales condiciones si hay desempleo sólo puede ser voluntario pues resulta de una elección deliberada de no trabajar, o de trabajar menos con el fin de tener tiempo disponible para descanso, o, eventualmente, para invertir en “capital humano”. Ciertamente el microeconomista es consciente del carácter reductor, ultra-simplificador de estos análisis; sin embargo, piensa que tienen algo de verdad, incluso si es poca, y por ello amerita que se le preste alguna atención.

B. Estados de la naturaleza y bienes condicionales

En varias ocasiones, hemos llamado la atención sobre la ausencia de incertidumbre en el modelo microeconómico de base, en el cual los agentes, se supone, conocen “perfectamente” el precio de los bienes presentes y futuros.

Sin embargo, en los años cincuenta Arrow primero y Debreu posteriormente, propusieron adecuar el modelo de competencia perfecta de modo que se considerara una cierta forma de incertidumbre, apelando al concepto de estado de la naturaleza, empleado en estadística, e introduciendo las nociones de bien y precios condicionales o “contingentes”.

a) Bienes y precios condicionales

Un estado de la naturaleza resulta de la realización de sucesos exteriores al modelo, esto es que le son exógenos, independientes, de los valores tomados por las variables estudiadas en éste. En economía los estados de la naturaleza deben ser tales que no son provocados ni influenciados por las preferencias o acciones de los individuos, lo que es muy raro, en la medida en que las incertidumbres de la vida de una sociedad provienen en gran medida de las actividades de sus miembros y de sus interacciones.

Por ello en economía los ejemplos empleados generalmente como estados de la naturaleza se refieren a la meteorología: lloverá mañana? Venteará mañana? etc. Arrow y Debreu suponen que un número finito de eventos posibles caracteriza los estados de la naturaleza y que existe un precio fijado para los bienes en cada uno de los eventos. Tales precios serían de la forma: “precio de un paraguas si llueve mañana” o “precio de un paraguas si no llueve”; son pues condicionales a la realización de un evento; los bienes relacionados son de la misma manera bienes condicionales. Notemos que el precio de un bien “cierto” es igual a la suma de sus precios condicionales; efectivamente si deseo estar seguro de tener mañana un paraguas, es necesario que compre el bien “paraguas si llueve” y el bien “paraguas si no llueve”.

Esta forma de razonar acaba por ampliar el alcance de la hipótesis de mercados “completos”, en la medida en que se agrega a cada bien una característica suplementaria. En consecuencia, la cantidad de precios fijados se multiplica por el número de eventos posibles; ahora, como se necesita tener en cuenta la fecha de los bienes, tal número sólo puede ser muy elevado, si no astronómico. Los cálculos de los individuos serán, por tanto, complicados, sin hablar de la tarea del subastador, que debe centralizar el conjunto de ofertas y demandas condicionales de los agentes. Como el mismo Arrow lo ha notado los costos de transacción se vuelven exorbitantes.

b) La preferencia de los agentes

En lo que se refiere a los productores esta preferencia no implica problemas; no hace intervenir las probabilidades de ocurrencia de diversos eventos posibles. En efecto, las empresas sólo adquieren los insumos condicionales y venden los productos condicionales que maximizan su beneficio para cada evento futuro. De esta manera el fabricante mencionado venderá el bien “paraguas si llueve mañana” teniendo en cuenta los precios fijados que correspondan a la eventualidad “llueve mañana”, pero también venderá el bien “paraguas si no llueve mañana”, basado en los precios fijados para este caso “no llueve mañana”. Ahora, como estas compras y ventas son “en firme” y no condicionales, al contrario de los precios fijados, su beneficio es cierto, pues es la suma de los beneficios correspondientes a cada eventualidad. No sucede lo mismo con su producción ya que es generalmente diferente según llueva o no.

Todo ello puede parecer extraño no se tiene pues la costumbre de asociar empresa y riesgo?, pero es apenas la consecuencia del marco institucional adoptado, es decir, una competencia perfecta con una lista exhaustiva de eventos- estados de la naturaleza.

Las familias deben enfrentar la incertidumbre y su satisfacción depende de la realización de ciertos eventos: si llueve mañana estaría mas contento si hubiera comprado hoy un paraguas, entregado mañana; al contrario, es posible que lamentara esta decisión si no llueve mañana. Las preferencias originarán pues la intervención de las probabilidades atribuidas a cada uno de los eventos posibles; ahora, la relación de preferencia de las familias recaerá sobre canastas de bienes afectadas por probabilidades (se habla a este respecto de “loterías” en tanto estas canastas se presentan como lotes que uno puede ganar con una cierta probabilidad); ahora, para que la preferencia de las familias sea definida, se necesita que su relación de preferencia permita clasificar todas las canastas de bienes posibles “probabilizados”.

Sin embargo, como no es cómodo razonar sobre una relación de preferencia que se basa en loterías, los microeconomistas buscan asociarle a tal relación, como en el caso “cierto”, una función de utilidad. Von Newmann y Morgenstern en su obra Teoría de juegos y Comportamiento económico mostraron que, bajo supuestos relativamente razonables tal situación es posible y que, además, basta con aplicar el criterio de esperanza matemática, la media ponderada por las probabilidades para clasificar las loterías. Apoyándose en esta demostración el microeconomista emplea sistemáticamente la regla de la esperanza de utilidad o de utilidad esperada que se desprende, al menos cada vez que se enfrenta a una serie de alternativas claramente definidas y probabilizables. De tal manera el microeconomista puede retomar los análisis usuales del consumidor y del productor, el primero que busca maximizar su esperanza de utilidad en vez de su utilidad, y el segundo su esperanza de beneficio, en vez de su beneficio. Como en el caso intertemporal se adecua el vocabulario, pero el procedimiento es el mismo.

c) El equilibrio.

El modelo de competencia perfecta en el que se introducen precios y bienes condicionales no difiere fundamentalmente del que hemos estudiado hasta ahora. Es así como los precios de los bienes, presentes y futuros, condicionales o no, son fijados y no hay lugar para las anticipaciones y la especulación, en tanto ésta se origina en el diferencial de información entre los compradores y vendedores.

En tales condiciones, incluso si las hipótesis son un poco arregladas, el teorema Arrow-Debreu continúa siendo válido: existe un sistema de precios fijados que hace iguales las ofertas y las demandas competitivas establecidas sobre la base de tales precios independientemente del bien condicional considerado.

¿Qué aporta de mas un tal concepto de equilibrio que no es mas que una variante del equilibrio competitivo “habitual”? Esencialmente la posibilidad de hacer intervenir diversos tipos de actitud frente a los riesgos inherentes a toda situación donde existe la incertidumbre. Así, un individuo que tiene una fuerte aversión por el riesgo y desea poder disponer de un bien, independientemente de las circunstancias, va a ser un demandador del bien condicional correspondiente para cada realización posible de los estados de la naturaleza. Si el bien es por ejemplo un “pastel entregado mañana” comprará los dos bienes condicionales “pastel entregado mañana si llueve” y “pastel entregado mañana si no llueve”. Al contrario un individuo que tenga menos aversión por el riesgo, e incluso un cierto amor por éste, y que piense que no lloverá mañana, no comprará “pastel entregado mañana si no llueve”, lo que le exige un gasto más débil ya que no comprará, pero tiene como contrapartida el riesgo de encontrarse mañana sin pastel si llueve habiendo así pagado inútilmente.

Evidentemente, la forma de incertidumbre vislumbrada en este tipo de representación es muy particular ya que supone conocidas todas las eventualidades futuras es decir, las realizaciones posibles de estados de la naturaleza, lo mismo que sus precios correspondientes; además, como lo hemos señalado, se descarta la incertidumbre inherente al comportamiento “de los otros”, como sucede en tanto el marco adoptado es el de la competencia perfecta. Ahora, es cierto que en la vida económica tal tipo de incertidumbre -por ejemplo cuál será la demanda de tal o cual bien? Cómo evolucionará su precio? Cómo reaccionarán mis competidores?- representa un papel determinante, mucho más que el de las perturbaciones “exteriores”, por ejemplo de orden meteorológico.

d) Bienes condicionales, teoría del seguro y selección de portafolio.

Los conceptos que hemos presentado son empleados por la teoría microeconómica de los seguros y de la selección de portafolio. En el caso de los seguros, el ejemplo simple de una familia que desea asegurar su casa contra incendios durante un cierto período, y que establece para ello un contrato con una compañía de seguros; la transacción se hace sobre el bien condicional “casa en el caso en el cual haya un incendio en el período estipulado”, bien cuya prima es el seguro. Dicho de otra manera la prima es el precio pagado por obtener una nueva casa si el evento “incendio” se produce.

Evidentemente, en tanto sea más débil la probabilidad de que se presente tal suceso, la prima es mas baja. Si no hay incendio, la prima se pagó “por nada”, es decir, por la compra de un bien condicional que no se realizó. Este ejemplo suscita al menos dos observaciones:

  • Supone al menos implícitamente, que cada uno puede suscribir un contrato “individualizado”, en tanto que las compañías de seguros proponen contratos tipos centralizados; las probabilidades que están en la base de la determinación de las primas que hacen pagar son acá “objetivas” en tanto se deducen de observaciones pasadas y se apoyan en la “ley de los grandes números”.
  • El estado de la naturaleza, que haya o no incendio, no es verdaderamente exógeno ya que puede haber un incendio deliberado o por negligencia; se dice entonces que existe un riesgo moral, ya que depende de la “moralidad” de quienes se aseguran, por ello existen en los contratos de seguros cláusulas que exigen la instalación de sistemas de alarma, para no hablar de las franquicias.

Otro ejemplo es el de la teoría de la selección del portafolio, en la cual los individuos se encuentran frente a títulos que tienen unos rendimientos y riesgos variables de tal manera que deben enfrentar la selección arbitrando entre ganancias elevadas pero arriesgadas y ganancias débiles pero con menos riesgo. En tanto la aversión al riesgo varía de un individuo a otro existen asuntos variados, en dónde cada cual determina su portafolio óptimo desde el punto de vista de la relación entre rendimiento y riesgo. La elección implica también un seguro y no un mero comportamiento especulativo.

4. CONCLUSIÓN.

El modelo de competencia perfecta fue perfeccionado por Arrow y Debreu con un objetivo preciso: mostrar la existencia de un equilibrio competitivo y, por tanto, mostrar que la coordinación de las elecciones individuales es posible. Pero el resultado es obtenido al precio de hipótesis muy fuertes y, sobre todo, logrado en un marco muy particular, centralizado dónde no se presentan intercambios directos entre los individuos. Además, la implementación de un procedimiento del tipo “ley de la oferta y la demanda” no asegura en manera alguna que se “encuentren” precios de equilibrio. Si, a pesar de todo el microeconomista continua atribuyendo un lugar central al modelo de competencia perfecta, es por tres razones:

1) Tal modelo asegura la existencia al menos de un equilibrio general, lo que no es el caso para los modelos de competencia imperfecta, como lo veremos en el próximo capítulo.

2) Sus equilibrios sirven de referencia como óptimos de Pareto; dicho de otra manera, se constituyen en norma, un objetivo hacia el cual habría de tenderse.

3) Se puede “ampliar” de manera tal que el tiempo y la incertidumbre se puedan tener en cuenta, así sea de manera parcial o incluso “inesencial”.

 Se puede discutir sobre lo bien fundado de tales razones, pero para el microeconomista son suficientes para que el modelo de competencia perfecta no sea completamente rechazado.  

Título: La Microeconomía
Autor: JBernard Guerrien
URL: http://www.cyta.com.ar/biblioteca/bddoc/bdlibros/la_microeconomia/index.htm


Atrás Tabla de contenido Adelante