Artículo

 

1785-1786, EL "AÑO DE HAMBRE"
EN MÉXICO COLONIAL
 

David J. Robinson

Departamento de Geografía
Universidad de Syracuse NY - USA

 

Resumen

El estudio del desastre de 1785-86 denominado el año de hambre permite examinar muchas de las más críticas interrelaciones del orden social, político y económico de la colonia. El rol de la iglesia, los párrocos, los obispos, los "notables" de cada una de las microregiones de México colonial pueden ser estudiados. La "beneficencia", y su contraparte la "maledicencia", fueron públicamente pregonadas en la documentación que estoy analizando.

El estudio del desastre de 1785-86, también permite un mejor entendimiento de las diferencias de los sistemas agrícolas, la cambiante distribución y densidad de la población, las rutas de transporte en cada una de las principales regiones geográficas de México colonial. El estudio de este desastre, permite una profunda perspectiva sobre el funcionamiento y "disfuncionamiento" de México colonial.

1.- Introducción

Las sequías, heladas fuera de estación, y climas fríos prolongados, además de escaseces agrícolas producidas por factores sociales, y epidemias periódicas, tuvieron impactos devastadores sobre la estructura socio-económica de Hispanoamérica colonial. Una de los desastres de hambre afectó una gran región de México colonial en los comienzos del verano de 1785 y persistió hasta el otoño de 1787. Desde los primeros estudios de Humboldt el "año de hambre", como fue llamado por contemporáneos, ha sido identificado como la crisis más significativa que afectó el periodo posterior al siglo XVI en México colonial. Humboldt (sub) estimó que más de 300,000 muertes resultaron de la persistencia de la crisis, y muchos análisis recientes (Morin, Garner, Van Young, Cuenya, Thomson, Brading, Martin, Trautmann, etca), quienes han investigado la evolución del tardío México colonial, destacan la importancia de los eventos de los años 1785-86

2. Causas del "desastre"

Es evidente que el "año de hambre" fue causado por una compleja combinación de factores naturales y humanos. Es importante destacar, como nos ha indicado Florescano, que México colonial sufrió casi continuamente de crisis agrícolas. Por cierto, se tienen dudas del uso del término "normal" cuando hablamos de producción agrícola en la colonia. Campesinos y población urbana de bajos recursos casi continuamente vivieron al margen de la subsistencia. Toda cosecha pobre causó la privación de la mayoría de la población empobrecida a lo largo de la colonia, especialmente en periodos críticos como el de agosto a setiembre, a las finales del ciclo de cosecha. Tan malas fueron las "normales" condiciones, que durante los años críticos, enormes fracasos de la producción y la consecuente escasez de alimentos, provocaron la muerte de miles de personas y causaron significativas rupturas económicas y sociales en las regiones afectadas.

El "desastre" de 1785-86 fue realmente impredecible. Las cosechas de 1780-83 habían sido excelentes, aunque la de 1784 fue relativamente pobre.6 Hubo esperanza de que aquella de 1785 reemplazaría el acopio de granos y cebaría al ganado. Sin embargo, el abril de 1785 presenció una severa sequía sobre la parte nor-central de México. En mayo la imagen de Los Remedios fue llevada a la ciudad de México para que sus devotos rogasen por precipitaciones prolongadas que permitieran una abundante aunque tardía cosecha. Sin embargo, ni en mayo ni en junio se produjeron lluvias; julio y agosto tuvieron no más que dispersos chubascos: una crisis mayor estaba a la mano.

Ahora bien, durante la noche del 27 y 28 de agosto de 1785, un masivo pulso de frío polar promovió una devastadora helada que mató a toda planta de maíz en el centro y el oeste mexicano.8 Observadores contemporáneos comentan de los fuertes y frígidos vientos del noreste que azotaron todos los valles de México y el Bajío, seguidos por una secuencia de días granizados y de noches de temperaturas muy bajas, condiciones que persistieron hasta los primeros días de setiembre.9 Adicionalmente, hielo y nieve fueron observados en altitudes donde estas formas de precipitación muy raramente habían ocurrido. Mientras que los datos climatológicos confiables para el siglo XVIII mexicano son relativamente escasos, podríamos mencionar que climatólogos han sugerido que durante los 1780 el hemisferio norte experimentó una tendencia de caídas bruscas de temperatura asociadas con lo que ha sido denominada la "pequeña edad glacial".

Seguidamente a estos factores naturales de sequía y severa helada, ocurrieron una secuencia de respuestas humanas que profundizaron la crisis. Por octubre de 1785 los hacendados habían comenzado a cerrar sus trojes y habían suspendido la venta de granos en el mercado. Este hecho significó que los campesinos, para quienes el elemento de su subsistencia había por ahora desaparecido, no pudiesen encontrar un substituto alternativo. Consecuentemente, la desaparición del grano comercial forzó rápidamente el incremento de los precios de los artículos básicos. Como los comentaristas anotaron, estuvo siempre en el interés de la élite agrícola minimizar el suministro de granos al mercado en la forma que les permitiese subir los precios. Adicionalmente los hacendados comenzaron a suprimir los pagos en maíz a sus trabajadores, y en su lugar les pagaron sólo en efectivo, reduciendo por lo tanto la ración de maíz diario que los peones rurales y sus familias recibían.

Asimismo, como los niveles nutricionales decayeron a límites críticos, otro factor se presentó a la escena: una combinación de enfermedades comenzó a atacar la ya débil y cada vez mas vulnerable población. Más que una epidemia que azotaba al virreinato, es evidente que muchas enfermedades, que estaban ya presentes en la región, se intensificaron debido a la malnutrición extrema, hacinamiento, y malas condiciones de salubridad. Aunque los datos parroquiales de entierros proveen muy poca información detallada sobre la causa de muerte durante la crisis de 1785-86 (mayormente se incluyen términos como "fiebre" o "dolor de costado"), es probable que el complejo epidémico incluía por lo menos tifoidea, disentería, neumonía e influenza.

3. Consecuencias del "desastre"

Demográficas:

Una evaluación estadística profunda de la mortalidad resultante del desastre de 1785-86 no existe hasta el momento. Sin embargo, una impactante correlación de mortalidad existe en los varios estudios detallados de parroquias que han sido publicados hasta ahora.

Lo que ofrezco aquí está basado en una muestra que he utilizado consistente en 140 parroquias durante cuatro años desde 1784 a 1788, y adicionalmente se basa en un análisis de mortalidad en todas las parroquias del obispado muestra de Michoacán. Es necesario hacer notar que los records de la iglesia en el periodo analizado, son de entierros de individuos (normalmente en el campo santo) mas bien que de sus muertes. Esto significa que, como uno podría sospechar, muchas muertes no fueron registradas porque los cadáveres "tirados" que fueron encontrados en las calles y campos, y canales de riego y otros, fueron frecuentemente enterrados en fosas comunes, exentas de los registros y rituales propios de la iglesia, y fuera de los cementerios de iglesias u hospitales. Concluyendo podríamos afirmar entonces que los entierros registrados constituyen un total mínimo de muertes.

Mientras que la compilación exacta de totales de mortalidad está todavía en progreso, una evaluación preliminar de los impactos demográficos del desastre podría ser ofrecida. Un método de análisis consiste en calcular la tasa diferencial de muertes a nivel parroquial entre el año "normal" de 1784 y el "año de hambre" de 1785-86. Mapeados estos datos presentan un patrón general muy interesante.

 

El desastre parece haber sido más severo en la zona centro-oeste de México, localizado sobre la región del Bajío adyacente a San Miguel de Allende, Guanajuato y San Felipe. (Sin embargo no hay una buena correlación con la zona "fría"). Las muertes en Celaya, por ejemplo, incrementaron de 231 en 1784 a 2,960 en 1786--un 1,181 por ciento! De esta área central del desastre la mortalidad disminuyó en intensidad en las regiones de Oaxaca y la península del Yucatán, las cuales casi no fueron afectadas. Sin embargo, en las alturas de Chiapa, que en el periodo tardío colonial pertenecieron a la jurisdicción de la audiencia de Guatemala, también aparecen cifras altas de mortalidad . Comitlán y Yajalón, por ejemplo, experimentaron más de un 500 por ciento de incremento en el número de muertos entre 1784-1787.

En el caso del obispado de Michoacán es posible mapear los resultados de una encuesta llevada a cabo por el obispo del lugar que demandó reportajes de sus párrocos sobre el número exacto de muertes durante el año 1786.21 Todas las parroquias, menos ocho, respondieron. Los datos han sido mapeados.

 

 

Mientras que estos son números absolutos de muertos (el cálculo porcentual tendría que hacerse con base en una población total definida y precisa por cada parroquia que a la fecha no conocemos), el patrón es altamente significativo: fueron las tierras bajas del Río Lerma las más duramente golpeadas. Guanajuato perdió más del 35 por ciento de su población siendo el promedio de pérdida de las parroquias del obispado el 15 por ciento. Si sustraemos el total anual normal (30,000) del total de muertes reportadas, podemos ver que el desastre de 1785-86 produjo un exceso de 100,000 muertos solamente en Michoacán. Aunque el reducido tiempo no me permite presentarles datos más elaborados, es posible, por supuesto, rastrear el efecto de la mortalidad semana por semana y su impacto diferencial sobre grupos étnicos y clases sociales. Estimo que el total de muertos fue probablemente de 500,000 en toda la población de México colonial.

Si bien es cierto que la mortalidad fue la primera variable demográfica afectada, ésta no fue la única. Un análisis de la nupcialidad y natalidad en la década subsecuente demuestra el nocivo impacto del "año de hambre." Matrimonios fueron truncados o postergados, madres potenciales murieron, y una cohorte entera de jóvenes fue eliminado de la pirámide de edades.

Económica

El desastre de 1785-86 tuvo serias implicancias para la economía de México colonial. Uno de los mejores indicadores de la escasez de artículos de pan llevar es demostrada por la aguda subida de precios del maíz. De la Ciudad de México a Silao, a Zacatecas, a Oaxaca, y en los demás centros urbanos de los cuales tenemos información, la historia es la misma: el maíz alcanzó los más altos precios jamás experimentados en el periodo colonial.

 

 

México colonial fue en gran parte una sociedad agrícola, por lo tanto mayores problemas en este sector revistieron caracteres graves. Como lo dijimos anteriormente, durante el otoño de 1785 hubo un casi completo fracaso de la cosecha de maíz en muchas áreas de la zona central y norteña de México, provocando ello un incremento de precios a niveles sin precedentes. No sólo este producto básico fue afectado, sino también lo fue el trigo, el cual era consumido por los grupos socio-económicos más altos, y la cebada, la cual era usada como un importante alimento para el ganado. En vista de que las clases privilegiadas fueron obligadas a consumir la tortilla de maíz en vez del pan de trigo para su sostenimiento, una presión más grande fue puesta en el consumo y abastecimiento del maíz. En razón de que la hambruna se hacía cada vez más severa en los primeros meses de 1786, un comentarista en la Gazeta de Literatura de la Ciudad de México sugirió que las masas hambrientas comieran maguey como complemento a las magras raciones de maíz, o substituyeran el maíz por maguey.28 No solamente fue el abastecimiento de granos críticamente disminuido y sus precios incrementados, sino virtualmente todos los demás artículos de pan llevar. En la ciudad de México los precios del frijol, huevos, chile, tomates, y otros alimentos subieron a niveles desconocidos en la capital virreinal. Cabe destacar que el Virrey sugirió el pescado como fuente proteica.30

 

 

La ganadería fue también duramente golpeada. Los largos periodos de sequía del 1785-86 causaron reducciones de gran escala en la cantidad y calidad de los pastos disponibles para el ganado. Puercos, caballos, mulas y otros animales normalmente alimentados con maíz y cebada fueron forzados a pastar en los campos secos, muriendo masivamente de sed y hambre. El precio de la carne subió rápidamente, poniendo esta fuente de proteínas fuera del alcance de los habitantes de las regiones afectadas. La muerte de bueyes tuvo consecuencias agrícolas muy graves, especialmente en la región del Bajío, en la que el área cultivada fue significativamente reducida debido a la falta de tracción animal.33 La falta de animales, especialmente de mulas, tuvo consecuencias inmediatas en las minas y en el transporte, actividades éstas que dependían de estos animales. Mineros pobremente alimentados fueron los primeros en abandonar su lugar de empleo en busca de mejores condiciones.

También negativamente afectados por el desastre fueron los obrajes. Querétaro, uno de los más importantes centros textileros de la Nueva España, vio sus telares reducidos de 228 en 1782 a 121 en 1786. El número de trabajadores en la industria fue reducido a la mitad (847) en 1787.35 Después de 1784, un ingrediente importante en el declive económico fue el significativo detrimento en el número del ganado lanar, especialmente en la región de la "tierradentro."

Debe ser resaltado que el desastre no solamente afectó las economías de la mesa central y el norte. Una de las consecuencias más importantes de los eventos de 1785-86, fueron los intentos realizados por las autoridades civiles y eclesiásticas para proveer de productos agrícolas de los bajíos tropicales en beneficio de la población de las zonas altas centrales. El Virrey Gálvez arguyó que la periferia podía proveer un servicio clave al centro, y mediante los obispos ordenó hacer encuestas y reportajes sobre la producción potencial de maíz y otras plantas en cada una y todas las jurisdicciones de las tierras bajas tropicales. Muchos cientos de estos reportes existen todavía y nos proveen cifras detalladas de la potencialidad productiva de las terrazas y quebradas de la falda del Pacífico, y de los bajíos caribeños. Los datos del consumo anual son también de considerable interés.

 

 

 

 

 

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de las autoridades, no fue fácil integrar los bajíos tropicales a las devastadas tierras altas. Primero, la producción no pudo ser rápidamente incrementada en vista de los bajos niveles tecnológicos y por la escasa oferta de mano de obra. Segundo, donde hubo un exceso de producción para su exportación a la mesa central, el transporte fue lento y excesivamente caro. Fue estimado que para trasladar una fanega de maíz 100 km, su precio en chacra se duplicaba.

Una segunda táctica intentada por las autoridades virreinales consistió en incrementar el hectareaje de maíz cultivado bajo riego en las tierras altas. Pero, como críticos contemporáneos señalan, las mejores tierras estaban ya irrigadas y el proceso de adaptación de suelos marginales a la costosa tecnología era una mala inversión, y requeriría de mucho más tiempo del que la hambrienta población podría dispensar.

Al mismo tiempo que los ingresos de la iglesia y del estado se redujeron considerablemente, los diezmos no fueron recolectados o las parroquias fueron exceptuadas; pagos de tributo fueron drásticamente reducidos, y muchos pueblos de Indios pidieron que sus pagos fueran pospuestos o cancelados, era necesario más dinero para solventar medidas que beneficiaran en parte a la población. El sistema colonial no pudo responder adecuadamente a una crisis de tal magnitud.

 

 

Social

Los efectos sociales del desastre fueron múltiples y complejos. Mientras que el impacto inicial pudo haber sido sentido en las áreas rurales, las cuales carecían no solo del mínimo de alimentos almacenados (los campesinos dependían como siempre al azar de una buena cosecha), las poblaciones urbanas súbitamente encontraron su abastecimiento de alimentos prácticamente agotados. Una vez que los depósitos y alhóndigas de las ciudades habían sido vaciados, las ventas normales de granos de los productores de haciendas cercanas fueron enormemente reducidas en razón a que los hacendados esperaban la súbita alza de precios por la mayor demanda en el mercado. No fue hasta las órdenes reales publicadas el 11 de octubre de 1785, estableciendo una prohibición del acaparamiento de alimentos, que para las ciudades fue posible recuperar lo poco que estaba almacenado en sus contornos agrícolas inmediatos.

Al tiempo que la hambruna empeoraba, un fenómeno nuevo apareció --la migración masiva de población de los centros rurales a los urbanos. Si los alimentos no podían ser obtenidos en las comunidades rurales, pensaron los campesinos, por qué no trasladarse para ganar acceso a los beneficios de las ciudades que por tanto tiempo habían consumido el excedente a las áreas rurales? Muy pronto los caminos coloniales se tornaron alineados por corrientes de migrantes--los vagos, vagabundos, malentretenidos, errantes, y forasteros de los récords contemporáneos. De todo el virreinato vagancia y crímenes fueron reportados como crecientes, y fueron promulgados edictos intentando controlar la situación. Cuando la desfallaciente población comenzó a cazar y comer gatos y perros las autoridades municipales ordenaron que todos esos animales fueran muertos y "bien enterrados", protegiendo así a la población de un brote mayor de enfermedades. Caos y desesperación humana reinó en la vida de millones. Inánimes vagos caminaban sin rumbo por el campo y montañas alrededor, comiendo raíces, malas hierbas y corteza de árboles. Esposos fueron separados de sus esposas, y niños de sus padres. En algunas instancias los padres trataron de vender a sus pequeños hijos por tan poco como 2 o 3 reales (menos que el jornal semanal de un peón). En una hacienda cerca a México más de 200 niños abandonados fueron reportados.

Cuanto más grande era el centro urbano, más grande era también el influjo de migrantes empobrecidos. En la ciudad de México y en las principales ciudades del centro-oeste de México, por ejemplo Valladolid, Querétaro, Guanajuato, y Guadalajara, hubo un sustancial incremento de crímenes y vagancia. En la ciudad de México las puertas del palacio virreinal, la alhóndiga, las iglesias y conventos fueron asaltados diariamente por hambrientos que rogaban por alimentos y dinero. Cementerios y criptas de iglesia fueran rápidamente ocupadas y nuevos espacios tuvieron que ser encontrados para el exceso de entierros.

Autoridades eclesiásticas y civiles respondieron a esta crisis en variedad de formas. Se establecieron hospicios y "hospitales de hambre" para cuidar a los enfermos y proveer comida, siendo el caso mejor documentado el de Guadalajara. Sin embargo, como Sherburne Cook mostró hace más de 40 años, toda esta asistencia hizo muy poco para reducir el sufrimiento social y las terribles condiciones urbanas. Las cocinas municipales tapatías alimentaron más de 2,000 personas al día, pero obviamente no podían satisfacer las necesidades de los miles de personas que habían inundado el centro de la ciudad. En Querétaro, la Gazeta de México reportó el 6 de diciembre de 1785 que

una persona...cuyo nombre se ignora,

ha puesto a sus expensas cuatro cocinas

públicas donde diariamente se da de comer

y cenar a 400 pobres.

Por supuesto, cuanto más proveían las ciudades más atractivas se tornaban como destino de migrantes. Prostitución, robo, asaltos, asesinatos y violaciones se incrementaron dramáticamente durante el ápice de la crisis. Las autoridades no tenían medios de controlar la situación. Tratando de frenar el flujo de migrantes a las ya sobrepobladas ciudades, autoridades civiles intentaron prohibir la salida de campesinos de sus pueblos e impedir que vagabundos entraran a los centros administrativos.

 

 

 

 

Los migrantes constituyeron casi el 60 % de todas las muertes en Salvatierra, por ejemplo, durante 1786. Yo estimaría de este análisis preliminar, y basado en una muestra de datos censales y registros parroquiales, que probablemente más de un millón de personas se trasladaron de sus lugares de residencia después de 1785.

Una de las respuestas institucionales más exitosas fue la iniciación de obras públicas para proveer al desempleado de un salario subsistente o de una ración de maíz. En Valladolid, Guadalajara y otros lugares, los impresionantes canales de riego, acueductos elevados y edificios cívicos son testigos elocuentes de la vasta cantidad de dinero invertida por la iglesia y el gobierno civil. Sin embargo, a pesar de todos estos esfuerzos, el tributo de vidas humanas persistió. En Guadalajara en abril de 1786 más de 100 personas morían cada día. En Guanajuato todavía existen informes parroquiales detallados que miden el sufrimiento día tras día.

 

4. Conclusiones

No fue una sorpresa que las autoridades coloniales se tornaran preocupadas por el miedo de que el descontento social, aunado a una respuesta oficial inadecuada, provocaría un brote de protesta y desorden civil. Las autoridades recordaron los gritos de "...que mueran los gachupines que se comen nuestro maíz!". Como Alzate inteligentemente anotó en 1831, aunque la crisis podría haber sido iniciada por la naturaleza, el populacho no había olvidado que "las herraduras de los trojes fueron las que se helaron." La crisis enfatizó, como casi todas en los tiempos coloniales, las tensiones que existieron entre la naturaleza de la crisis capitalista del sistema de hacienda, basado como fue bajo la ganancia y la maximización de la producción a expensas de una fuerza de trabajo barata, y la incapacidad del gobierno colonial para proveer de justicia social e iguales oportunidades.

Lo que el clima había comenzado, la especulación lo había exacerbado. La crisis permitió a las autoridades del gobierno central modernizado por las reformas borbónicas a desafiar a las autoridades locales corruptas, la mayoría de las cuales estaban claramente convencidas por los hacendados acaparadores. Su proceder demostró lo que ellos eran capaces de hacer por los vecinos de la localidad.

El año de hambre nos permite examinar muchas de las más críticas interrelaciones del orden social, político y económico de la colonia. El rol de la iglesia, los párrocos, los obispos, los "notables" de cada una de las microregiones de México colonial pueden ser estudiados. La "beneficencia", y su contraparte la "maledicencia", fueron públicamente pregonadas en la documentación que estoy analizando.

El estudio del desastre de 1785-86, también nos permite un mejor entendimiento de las diferencias de los sistemas agrícolas, la cambiante distribución y densidad de la población, las rutas de transporte en cada una de los principales regiones geográficas de México colonial. Proveyéndonos con el peor desastre social desde la conquista, el "año de hambre" nos permite una profunda perspectiva sobre el funcionamiento y "disfuncionamiento" de México colonial. Es por estas razones que la crisis deber ser mejor y más profundamente analizada.

Notas

 


 

Técnica Administrativa, Buenos Aires
ISSN 1666-1680
http://www.cyta.com.ar  -

Volumen: 04
Número: 22
mayo/junio 2005

 

Conferencia realizada en en el Primer Encuentro Internacional Humboldt. Buenos Aires - Noviembre de 1999