INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

La microeconomía es una de las materias esenciales en los programas universitarios en ciencias económicas, tanto en Europa como en Estados Unidos. Es generalmente rechazada por los estudiantes porque otorga un lugar importante a las matemáticas; con frecuencia estudiantes y docentes se concentran en los aspectos puramente técnicos, sin dar un lugar adecuado a reflexiones de fondo sobre las sociedades consideradas en los modelos y sobre la significación exacta de los "resultados" logrados. Incluso se puede afirmar que las matemáticas se han convertido en obstáculo a la reflexión sobre los problemas de la economía.

Este libro busca presentar, de la manera más simple posible, los principales modelos y conclusiones de la microeconomía. Evita emplear las matemáticas, se prueba de cierta manera que éstas no son esenciales para entender la naturaleza de los modelos considerados. Presentar una teoría no quiere decir que se aprueba; por el contrario, el objetivo buscado es en este caso, permitir al lector ejercer su espíritu crítico, con conocimiento de causa.

Se podrá constatar así que el principal problema al que se enfrenta la microeconomía, desde el punto de vista de la coherencia interna, es el de la representación de las relaciones sociales. Efectivamente, para el microeconomista, la representación de los fenómenos económicos y sociales se debe deducir de los comportamientos individuales; ahora bie

n, estos sólo tienen sentido -y acá se incluye el tratamiento matemático-si se precisa el cuadro en el cual se ejercen, es decir, si se presupone que la sociedad antecede al individuo. En consecuencia, el individuo no se puede considerar como si fuera el origen del marco en el que actúa. En esta obra, y al contrario de lo que hacen habitualmente los tratados de microeconomía, insistiremos muy particularmente en el marco institucional que suponen los modelos estudiados. Por lo demás tal marco es generalmente bien extraño, e incluso muy sorprendente, en el caso de la competencia perfecta, un modelo privilegiado en microeconomía que nada tiene que ver con la idea que se tiene usualmente de la "competencia" incluso "perfecta". No se está pues lejos de la utopía. Ahora, será que la vocación de la economía política es proponer utopías? París, marzo 25, 1998

INTRODUCCIÓN

Como su nombre lo indica, la microeconomía se propone estudiar el comportamiento económico de las unidas básicas ---micro, indivisible- de la sociedad. Uno de sus postulados esenciales es que tal comportamiento se caracteriza por la racionalidad individual; cada una de las unidades básicas es movida sólo por el deseo de maximizar su placer o su beneficio, habida cuenta de sus recursos disponibles. Para lograr tal objetivo, los individuos -es decir, las unidades básicas de la economía- procurarán efectuar intercambios tanto para el consumo como para la producción.

Los intercambios indican la existencia de relaciones interindividuales; el microeconomista debe otorgar una atención muy particular a tales relaciones y, muy especialmente al marco en el cual estas se desarrollan, marco que puede tomar formas muy distintas; ahora, tales relaciones se traducen en modelos.

Es así como cada modelo microeconómico corresponde a una forma de organización social precisa, considerada por algunos como una representación simplificada, depurada de sociedades existentes, en tanto que otros ven mas bien en los modelos el esbozo de sociedades ideales, que pueden incluso servir de norma para la implementación de políticas económicas.

Microeconomía y matemáticas.

La hipótesis de racionalidad conduce de un lado, a la búsqueda del máximo de ciertas funciones que traducen los objetivos de los individuos; por otro lado los modelos microeconómicos toman la forma de conjunto de relaciones matemáticas, tanto más complejas en la medida que el número de individuos y de bienes es mayor. Sin embargo, no es la “solución” de los modelos lo que nos va a interesar sino su explicación; dicho de otra manera, se buscará ante todo precisar el significado económico, evitando el recurso a los símbolos matemáticos, en tanto éstos sólo transcriben en un lenguaje particular conceptos que tienen contenido “económico” accesible de manera intuitiva. Se procederá de la misma manera con los resultados de los modelos, a los cuales se le puede dar un significado preciso, aunque se obtengan por deducción pura. De esta manera se espera llegar a dos tipos de interesados:

  • El público de los “no iniciados”, esto es, quienes no estudian ciencias económicas o de gestión, pero que pretenden conocer mas sobre las teorías económicas entre las cuales la microeconomía ocupa hoy un lugar preponderante
  • El público de estudiantes en ciencias económicas y de gestión, que a causa de la presentación matemática, con frecuencia no le ve contenido a la microeconomía, a tal punto de sólo ver en ésta un conjunto de métodos de cálculo sin ninguna significación.

Microeconomía y macroeconomía

Desde hace algunos decenios, -mas o menos desde la década del cincuenta- se acostumbra, al menos al seno de la corriente económica dominante, establecer una distinción entre microeconomía y macroeconomía; la primera toma como punto de partida los comportamientos individuales, mientras que la segunda adopta de entrada el punto de vista global razonando sobre agregados como el ingreso nacional, el producto interno, la masa monetaria etc. Es evidente que tal ruptura, debido tanto a circunstancias históricas como divergencias de orden teórico, no es muy satisfactoria; se ha hecho sentir la necesidad de establecer un “puente” entre ellas.

No obstante esta pretensión se ha tornado un imposible, en tanto los puntos de partida son opuestos (en un caso se va de la parte al todo en el otro del todo a la parte); ahora, actualmente, se ha dado la prioridad al enfoque microeconómico, en lo que se ha dado en llamar los fundamentos microeconómicos de la macroeconomía. Incluso si hubiese reservas sobre lo adecuado de este procedimiento, no se puede negar que contribuye mucho a hacer de la microeconomía el “núcleo duro” de la teoría económica dominante denominada “neoclásica”. De ahí la necesidad de conocer bien los partidarios y los logros de esta teoría, sobre los cuales esta obra se propone entregar una visión sintética.

Orígenes de la microeconomía.

Aunque la palabra “microeconomía” sea de origen relativamente reciente, el proceso que designa tiene una larga historia de más de un siglo, ya que se ve primero aparecer y más tarde imponer las tesis marginalistas, que son la base de la actual microeconomía.

El estudio de la génesis de ciertas nociones esenciales permite con frecuencia conocer mejor su significación, de tal manera que se empezará este capítulo por recordar el procedimiento teórico de los marginalistas, como “padres fundadores” de la microeconomía. A continuación se verá como tomó forma definitiva en los años treinta y cuarenta de este siglo, bajo la influencia de circunstancias históricas, pero también por el desarrollo de un cierto número de resultados matemáticos importantes.

CAPITULO 1 LOS “PADRES FUNDADORES” DE LA MICROECONOMÍA: LOS MARGINALISTAS.

A. Utilidad marginal decreciente y demanda.

A mediados del siglo XIX se vio aparecer en varios países de Europa una corriente de ideas que, haciendo a un lado consideraciones de tipo histórico e institucional, pero también formas de organización de la producción, se proponía explicar el valor de los bienes a partir de la sicología individual. Dicho de otra manera, la concepción “objetiva” del valor - construida sobre los costos de producción, particularmente en trabajo - se abandonó en beneficio de un enfoque “subjetivo” basado en el comportamiento del consumidor, determinado por sus “gustos” y sus recursos.

a) El principio de la utilidad marginal decreciente.

Para quienes son los fundadores de esta nueva corriente, el inglés Stanley Jevons (1835-1882), el austríaco Karl Menger (1840-1921) y el francés León Walras (1834-1921), existiría, mas allá de la diversidad de los gustos individuales, una ley psicológica, según la cual la satisfacción lograda mediante el consumo de un bien aumenta con el incremento del consumo, pero tal aumento de satisfacción se produce a un ritmo cada vez más débil, de tal manera que se presenta una saturación progresiva, pero jamás total.

Tal “ley psicológica”, que para algunos como Jevons se explica por razones meramente sicológicas, ha sido denominada ley de la utilidad marginal decreciente; en este caso la palabra “utilidad” designa la satisfacción o el placer conseguido, en tanto que el adjetivo “marginal” subraya el hecho de que la utilidad de la última unidad consumida disminuye en tanto el consumo aumenta.

Así, para dar un ejemplo simple, si el consumo de una manzana otorga una utilidad de 10, la de dos manzanas una utilidad de 15 y la de tres manzanas 18, entonces la utilidad marginal de la segunda manzana es igual a 15-10, es decir 5, en tanto que la de la tercera manzana es de 18-15, o sea 3. Ahora, como 3 es menor que 5, la ley de la utilidad marginal decreciente se ha verificado, al menos en este ejemplo.

Resaltemos que esta ley no se expresa por una fórmula clara, contrariamente a lo que pasa en física, por ejemplo; de tal manera no se precisa a que tasa decrece la utilidad marginal en tanto aumenta el consumo ya que ésta varía de un individuo a otro; se contenta con dar el sentido de tal variación, la cual se supone igual para todo el mundo. Ahora, el hecho de enunciar hipótesis cualitativas -sentido de la variación, forma de la curva- mas que cuantitativas expresadas en cifras-, es típico en microeconomía, donde la diversidad y la complejidad vuelven problemática toda medida cuantitativa.

b) La elección del consumidor.

Los marginalistas -así se denominará a los partidarios de la ley de la utilidad marginal decreciente- van a emplear tal “ley” para explicar el valor de los bienes, apoyándose en la idea según la cual los individuos procuran obtener la mayor satisfacción posible, es decir tienen un comportamiento hedonista, y son racionales, o sea, actúan buscando tal objetivo.

De tal manera, el problema del consumidor, que se supone racional y hedonista, es seleccionar la canasta de bienes que maximiza su utilidad, habida cuenta de su disposición de recursos limitados, está sometido a una restricción presupuestal. Tal selección depende pues de la forma de su función de utilidad -de sus gustos- y también del precio de los bienes. Mas exactamente, la selección se hace de tal manera que la relación entre la utilidad marginal y el precio de cada bien sea igual para todos los bienes de la canasta escogida.

En efecto, si no fuera así, el consumidor podría aumentar su utilidad modificando la composición de la canasta. Si, por ejemplo, la relación entre la utilidad marginal y el precio fuera mayor para el bien A que para el B, es lógico que el consumidor tuviera interés en vender B y comprar A con el resultado de la operación; la canasta considerada no correspondería a una utilidad máxima. Tal razonamiento es válido cualquiera que sean los bienes A y B considerados.

La condición de “optimalidad” que acaba de establecerse -igualdad de las razones entre utilidades marginales y precios- se puede enunciar de la siguiente manera: la canasta que maximiza la utilidad bajo la condición de una restricción presupuestal es tal que la utilidad marginal de cada bien sea proporcional al precio del mismo, siendo igual el coeficiente de proporcionalidad para todos. Este coeficiente depende del ingreso ya que si éste aumenta, la restricción presupuestal es menos “ajustada” de manera que el consumo de los bienes aumenta y las utilidades marginales disminuyen; ahora, como se supone precios fijos, la relación entre utilidades marginales y precios, es decir, nuestro coeficiente de proporcionalidad, disminuye. Los microeconomistas denominan a esta relación utilidad marginal del ingreso.

Una de las consecuencias importantes del principio de maximización es que proporciona una justificación potente para el empleo de técnicas matemáticas. En efecto, en la medida en que la utilidad depende de las cantidades consumidas, se le puede representar como una función de esas cantidades, las cuales a su vez se pueden representar como un vector cuyos elementos son los números que representan las cantidades de cada uno de los bienes, por ejemplo, la canasta representada formada por 3 kilos de zanahorias, 5 litros de leche y un par de zapatos, se representa por el vector [3,5,1].

En la medida en que la utilidad marginal tiene implícita la idea de la variación de la utilidad, el concepto matemático apropiado para representarla es la derivada. Como en general en la función de utilidad intervienen varios bienes, zanahorias, leche, zapatos, ella admite varias derivadas denominadas parciales, una para cada bien. Ahora, como en la búsqueda de puntos extremos, máximos y mínimos. De una función se hace intervenir en general el cálculo de derivadas, es claro el interés de la formalización matemática. Además se puede indicar que se adoptó rápidamente la costumbre de identificar “marginalismo” y “búsqueda de extremos por el cálculo de derivadas”.

c) La “ley de la demanda”.

En la medida en que un individuo ha determinado la canasta de bienes que maximiza su utilidad procura adquirirla y formula entonces demandas por cada uno de ellos. Tales demandas dependen evidentemente del precio de estos y se representan generalmente por una curva -(Cournot[1801-1877]) ha sido el primero en utilizar tal representación, pero es Walras primero y sobre todo después Marshall[1842-1924], quienes han resaltado el lazo entre demanda y maximización de utilidad-.

¿Cuál es la forma de las curvas de demanda?

La respuesta a ésta pregunta parece deducirse fácilmente: decreciente. ¿No es pues evidente que, ante incrementos en el precio de un bien, se procura adquirir menos de este incluso conduciendo a aplazar el consumo de otros bienes?

Figura 1.1 Una curva de demanda.
(q) : Representan las cantidades.
(P) : Representan los precios.

La anterior figura nos da un ejemplo de tal comportamiento.

El propósito de los teóricos marginalistas no era, sin embargo, quedarse en las “evidencias” sino mostrar que el decrecimiento de la curva de la demanda de cualquier bien, es una consecuencia de la conducta maximizadora de la utilidad por parte los individuos. Han denominado ley de la demanda a una tal propiedad que en primer lugar, parece desprenderse de manera inmediata del principio de la utilidad marginal decreciente, asociado al de la maximización. En efecto, se ha visto que tal comportamiento, la maximización de la utilidad, conduce a escoger una canasta de bienes tal que la relación entre la utilidad marginal y el precio sea igual para todos los bienes de esta canasta. En tales condiciones, si el precio de un bien aumenta, se puede pensar que la utilidad marginal aumenta, para preservar la condición de la maximización. Ahora como las utilidades marginales se suponen decrecientes, para que una de ellas aumente se necesita que el consumo del bien correspondiente disminuya. De ahí el lazo lógico que parece existir entre disminución de la utilidad marginal y la ley de la demanda.

Sin embargo, si el asunto se mira con mas detalle se puede uno dar cuenta que las cosas no son tan simples, como el mismo Marshall lo había señalado a finales del siglo pasado. En efecto, no es posible generalmente, aislar las consecuencias de las variaciones del precio de un bien sobre su demanda; así, en la medida en que el precio de un bien varía, aparecen dos tipos efectos:

El efecto sustitución, consecuencia del cambio en los precios relativos; si el precio de un bien aumenta mientras que el de los otros permanece constante, el consumidor procurará, en general, reemplazar el bien cuyo precio subió, y que se ha vuelto relativamente mas caro, por otros bienes de los cuales se dice que son sustitutos;

El efecto ingreso, provocado por la variación en el poder de compra que resulta de la alteración mencionada de los precios.

d) La condición “ceteribus paribus” -permaneciendo constantes todas las otras condiciones-

De estos dos efectos, sólo el segundo puede crear problemas a la ley de la demanda. En efecto, con un poder de compra fijo, sería irracional comprar mas del bien cuyo precio se ha incrementado, y menos de los otros bienes, en tanto tal decisión era posible tomarla antes de la variación del precio (sin que ello hubiera sucedido).

Inversamente, en tanto el dominio de selección varía como consecuencia del efecto ingreso, pudiera suceder que el principio de la utilidad marginal decreciente no garantiza la disminución de la demanda. Tal es el caso para los bienes Giffen cuyo consumo aumenta con el incremento de los precios. Tal situación se explica de la manera siguiente: para estos bienes, que son vitales, los individuos prefieren dedicarles una parte más importante de su ingreso en la medida que su poder de compra baja limitando el consumo de otros bienes considerados menos esenciales.

Pero sobre todo el efecto ingreso se vuelve particularmente significativo cuando se considera que el ingreso de los individuos depende a su vez de los precios -recuérdese que para tener un ingreso es necesario vender algo, por ejemplo la fuerza de trabajo-. De tal manera que todo aumento de los precios tiene por contrapartida un incremento del ingreso para quienes venden el bien cuyo precio aumenta y, por tanto, un eventual aumento de la demanda.

Marshall consideraba que tales efectos “indirectos” eran relativamente insignificantes, comparados con los que son inducidos por el principio de la utilidad marginal decreciente. Así pues, mientras hemos visto como este principio actúa después de un aumento de precios, no se ha tenido en cuenta la variación del coeficiente de proporcionalidad que relaciona precio y utilidad marginal, condición de la maximización de la utilidad. Ahora, es justamente al nivel de tal coeficiente y de sus variaciones, que se concentran los “efectos indirectos” y muy particularmente el efecto-ingreso. Para evitar estas complicaciones, Marshall propuso suponer que tal coeficiente es constante, a pesar de saber que no lo era.

De manera mas general, en tanto se procede así, es decir, en tanto que no se considera la interdependencia de las demandas o de las ofertas de los diversos bienes, se dice que se supone que todas las otras cosas permanecen iguales.

Este tipo de procedimiento es típico del enfoque en equilibrio parcial, tema sobre el cual se insistirá en el capítulo 3. Habida cuenta de que Marshall adoptó sistemáticamente este procedimiento, se le denomina frecuentemente como “marshaliano”.

B. Productividad marginal decreciente y oferta.

La “ley sicológica” que explicaría el principio de la utilidad marginal decreciente, permite establecer una relación entre precio y cantidad demandada de un bien, de la cual la curva es la expresión gráfica, pero no es suficiente para la determinación del precio que va a establecerse “efectivamente”, lo mismo que la determinación de las cantidades compradas y vendidas a ése precio. Para suprimir la indeterminación se puede suponer, como lo hace Marshall, que la cantidad ofrecida es dada -es decir, los vendedores llevan al mercado toda su producción- y que el precio se “ajusta” de manera tal que ésta se pueda vender completamente.

Si llamamos (qe) la cantidad ofrecida del bien, independientemente del precio, entonces se enfrenta a una situación como la descrita en el gráfico 1.2 dónde la oferta se representa por una recta horizontal que pasa por (qe) y la demanda por la curva DD’.

El precio (pe), dónde se igualan la oferta y la demanda se denomina precio de equilibrio, y qe la cantidad de equilibrio.

 

Figura 1.2 (E) : Representa equilibrio, la oferta es igual a la demanda.

 

Se dice que existe “equilibrio” porque los individuos, compradores y vendedores, cumplen sus planes. Sin embargo, aunque es cierto que los compradores-consumidores maximizan su utilidad -por la definición misma de la demanda- el caso de los vendedores- productores es, en este caso, menos claro ya que no tienen verdaderamente que escoger; sin embargo, se puede considerar que la cantidad propuesta (qe) no proviene del azar sino más bien de una decisión “pensada”. De esta manera Marshall introduce una periodización en su análisis de la oferta la que se presenta en el muy corto plazo pero que puede variar en el corto, el mediano y en el largo plazo, habida cuenta de la disponibilidad tanto de trabajo, máquinas y materias primas como de capacidades de producción existentes -en locales y materiales “pesados”- con los plazos de ajuste necesarios, los cuales pueden ser mas o menos largos. No nos detendremos sobre la forma de efectuar los cortes en el tiempo, lo que de todos modos implica serios problemas teóricos; nos contentaremos con abordar el problema de la oferta como lo habíamos hecho con la demanda; es decir, considerando un individuo tipo, el “productor” o la “empresa” cuyo objetivo es la maximización del beneficio en tanto que el propósito del otro individuo, el “consumidor”, es recordémoslo, maximizar la utilidad.

En microeconomía hay dos procedimientos diferentes, pero no incompatibles de tratar el problema de la oferta: por la función de producción y por la función de costos; vamos a presentar las dos.

a) El enfoque de la función de producción.

Por definición la función de producción asocia canastas de insumos - cantidades de trabajo, de materias primas, de “servicios” dados por las máquinas, etc.- con cantidades de productos que aquellos han posibilitado producir habida cuenta de las técnicas disponibles. La “ley” de la utilidad marginal decreciente tiene una contrapartida en el ámbito de la producción. De esta manera David Ricardo (1772-1823) había notado hace bastante tiempo que en tanto hubiera aumentos poblacionales se hacía necesario explotar las tierras “marginales” que anteriormente estaban sin laborar, lo que generaba rendimientos cada vez más débiles, es decir, con una productividad marginal decreciente. Es claro que la generalización de esta “ley” al caso del trabajo, las máquinas, las materias primas etc., se demoró mucho en ser incorporado a toda la economía, como si fuera más difícil de admitir que la utilidad marginal decreciente. En efecto, el enfoque de la función de producción sólo aparece al fin del siglo XIX mas exactamente en la obra de Wicksteed, incluso bajo la forma rudimentaria, agregada; tal función sólo se impone en los análisis teóricos a mediados del siglo XX. Para el microeconomista tiene la ventaja, sobre la función de costos anteriormente hegemónica, de sólo estar relacionada con los aspectos técnicos de producción, considerados por lo demás como “datos de base”.

La determinación de la oferta.

Supongamos que la productividad marginal de cada insumo es decreciente es decir, que si la cantidad aumenta, entonces la producción aumenta, pero a un ritmo mas y más débil. Bajo esta hipótesis, la oferta que maximiza el beneficio se obtiene por un razonamiento parecido al que permite determinar la demanda a partir de la “ley” de la utilidad marginal decreciente. En efecto, en este caso el razonamiento es más simple ya que el productor no está sometido a restricción alguna - excepto a las de tipo técnico - en tanto que el consumidor debe efectuar su elección a sabiendas de que sus recursos son limitados. En consecuencia, el productor debe adquirir cantidades de insumos de tal manera que el valor obtenido por la última unidad empleada de cada insumo sea igual al precio de ésta. Su beneficio es entonces máximo ya que, si empleara mas insumos, lo haría a pérdida, su compra le costaría mas que los beneficios logrados con la producción suplementaria; ahora, si empleara menos, sus beneficios bajarían a causa de una ganancia menor por la “subutilización” de los insumos. Evidentemente tal razonamiento sólo se cumple porque las productividades marginales de los insumos se suponen decrecientes.

En resumen, si las productividades marginales son decrecientes, la producción óptima, que maximiza el beneficio, se presenta cuando la productividad marginal en valor de cada insumo es igual a su precio. Un ejemplo puramente hipotético, permite comprender mejor este resultado. Supongamos que el insumo es el trabajo de un obrero que produce sillas, con un precio de venta de 10, con un costo de 20 por la hora de trabajo y que el cuadro siguiente resume la función de producción:

 

Horas de

Producción

Productividad

trabajo

acumulada

marginal

1

11

11

2

18

7

3

23

5

4

25

2

5

26

1

Se constata que la productividad es decreciente, ya que la producción es de 11 para la primera hora, de 18-11=7 la segunda de 23-18=5 la tercera, de 25-23=2 la cuarta y de 26-25=1 la quinta hora. Dicho de otra manera, el obrero se fatiga y su producción horaria se resiente.

Su producción en la primera hora -11 sillas- le genera un ingreso de 1110= 110, con un costo igual a 20 -precio horario del trabajo-, luego un beneficio de 1110-20=90; igualmente, los beneficios rendidos por cada una de las horas siguientes son:

8x10-20=60, 5x10-20=30, 2x10-20=0, 1x10-20= -10.

En consecuencia, dado que la producción de la quinta hora se hace a pérdida, la cantidad de trabajo empleada es de cuatro horas, si la oferta es de 25 sillas, se tiene un beneficio de 25x10-4x20=170. La oferta es tal que la productividad marginal en valor (2x10) es igual al costo unitario del trabajo (20); el beneficio es máximo ya que, como la productividad marginal es decreciente, éste no se puede aumentar empleando mas trabajo.

Este ejemplo permite ver como la cantidad ofrecida depende del precio del producto. De tal manera que si éste fuese igual a 9, la oferta es inferior a 25 ya que entonces la producción de la última hora de trabajo se haría a pérdida genera 2x9=18 y cuesta 20-. Inversamente, la tercera hora, donde se producen cinco sillas, es rentable ya que el beneficio suplementario es 5x9-20=25. En consecuencia si el precio de la producción es igual a 9 la oferta es de 23. Se verifica cómodamente que se cumple para todo precio p comprendido entre 4 y 10 ya que 5xp 20. Al contrario, si el precio está comprendido entre 3y 4, el beneficio no es máximo sólo si se emplean dos horas de trabajo, cuando la oferta es igual a 18 y así sucesivamente.

Si se organiza un poco este ejemplo, tomando como unidad el minuto -¡incluso el segundo!) se obtiene entonces la curva de la oferta de la figura 1.3. La hipótesis sobre la disminución de la productividad marginal tiene como consecuencia que esta curva tenga una pendiente “mas y más débil” en la medida que el precio aumenta (es cóncava) .

 

Figura 1.3 Una curva de oferta ante productividad marginal decreciente.

 

b) El enfoque de la función de costo.

En nuestro ejemplo actuamos como si no hubiese mas que un insumo, el trabajo, lo que simplifica bastante la presentación. Pero, como regla general toda producción exige no sólo trabajo sino también materias primas, energía, herramientas etc., de tal manera que la búsqueda de la oferta que maximiza el beneficio no se puede reducir a un cálculo simple. Por ello el microeconomista razona con frecuencia a partir de la función de costos, que asocia a cada cantidad producida de un bien el costo mínimo en insumos necesario para producirla. Una función de esta forma presenta la ventaja de ser relativamente simple en la medida de sólo hacer intervenir una variable (la cantidad producida), al contrario de la función de producción que incluye tantas variables como insumos.

Sin embargo, la ventaja obtenida tiene una contrapartida nada despreciable: la pérdida de información. En efecto, la función de costos es obtenida a partir de relaciones técnicas y de los precios de los insumos, de manera que el papel de los unos y los otros ya no se puede distinguir. Se presenta un asunto incómodo para el microeconomista, uno de cuyos objetivos es aislar la causa de los fenómenos que se propone estudiar; acuerda por tal razón -generalmente- un lugar privilegiado en sus análisis a la función de producción y apenas emplea la función de costos para llamar la atención sobre un cierto número de problemas particulares, por ejemplo la existencia de costos fijos, o para simplificar la presentación de ciertos problemas.

Costo marginal y función de oferta.

La búsqueda del máximo beneficio exige a la empresa el cálculo de su costo marginal, es decir, el costo de la última unidad producida, independientemente del nivel de producción. Ahora, si tal costo hubiese disminuido con la cantidad producida, entonces la empresa tendría interés en adelantar indefinidamente su producción. Para evitar tal tipo de situaciones, se supone generalmente que el costo marginal es creciente, “cuesta mas y más” producir una unidad suplementaria. Esta hipótesis permite entonces deducir fácilmente la función de oferta de la empresa, la cual debe, para lograr el máximo beneficio, “empujar” la producción hasta el punto en el cual el costo de la última unidad producida sea igual a su precio de mercado, de hecho ir mas allá de este punto haría bajar su beneficio. Dicho de otra manera, para que exista un beneficio máximo es necesario que el costo marginal para el nivel de producción retenido sea igual al precio del bien producido, con la condición, claro está, que tal costo sea creciente.

Aplicando esta regla a cada uno de los precios posibles, se obtiene la oferta, que maximiza el beneficio, a estos precios y, por tanto, la función de oferta de la empresa.

Los costos fijos.

El razonamiento que hemos efectuado relativo a la función de oferta supone el costo marginal creciente. Ahora, tal hipótesis es muy lejana de la realidad; no se constata que la mayoría de las veces si se compra mas de un bien, por lotes, mas disminuye su costo unitario? empezando por las fotocopias cuya tarifa es regresiva. Los fabricantes de automóviles o de aviones, entre otros, no realizan pues el grueso de sus beneficios sobre las “últimas” unidades producidas, cuyo costo es claramente inferior al precio de venta? Se podría multiplicar el número de ejemplos.

Además, la hipótesis sobre el costo marginal creciente tiene un formidable problema lógico; en efecto, como implica que el costo unitario disminuye con la escala de producción, se desprende que las empresas que tienen un costo marginal creciente tienen interés en subdividirse en unidades mas y más pequeñas, indefinidamente, o al menos hasta que se reduzcan a un sólo individuo.

Conscientes de tal problema, los teóricos marginalistas como Marshall, han propuesto agregar en la función de costos un término constante, que representaría los costos fijos necesarios para el desarrollo de la mayoría de las producciones por ejemplo arriendo de locales, compra de máquinas, concepción de un nuevo modelo de avión o de automóvil, instalación de una cadena de producción etc.

Ahora, como los costos fijos son por definición independientes de las cantidades producidas, su existencia torna el costo de las “primeras” unidades producidas extremadamente elevados, en tanto ellas solas deben amortizarlos. Dicho de otra manera, en tanto haya costos fijos, la producción sólo es rentable a partir de un cierto umbral de precio de venta y de cantidad producida. Lo que se muestra en la figura 4 donde se ve como en la medida que el precio de venta es inferior a un cierto valor po los costos fijos no se pueden amortizar y, por tanto, la oferta es nula; al contrario, si el precio de venta es superior a po entonces se vuelve interesante producir, al menos si la “cantidad mínima” qo se puede vender. De tal manera se constata que la existencia de costos fijos introduce una discontinuidad en la función de la oferta; se puede decir que su curva representativa “salta” en po.

 

Figura 1.4 La función de oferta con costos fijos

 

c) El equilibrio

Vimos como los marginalistas proponen deducir, a partir de las funciones de utilidad y de producción y, aplicando el principio de maximización, las curvas de oferta y demanda de cada bien. Sin embargo, estas últimas se obtienen asumiendo que los precios son dados, independientemente de las preferencias individuales; es la hipótesis de la competencia perfecta, sobre la cual volveremos en detalle en el capítulo próximo.

No hay ninguna razón a priori para que a ciertos precios fijos escogidos al azar, resulte una igualdad entre oferta y demanda, tomada globalmente.

Ahora, si de todas maneras se presenta esta igualdad, se dice que se está ante precios de equilibrio. Ello se explica de la siguiente manera: como los planes individuales, establecidos sobre la base de esos precios, son compatibles, y, como tales planes suponen una maximización previa -de utilidad o de beneficio- ninguno de ellos está interesado en modificar su preferencia, es decir, su “posición”, lo que es típico de una situación de equilibrio, es decir, cada uno está en su máximo posible.

Gráficamente, si uno se limita a un solo bien, el precio de equilibrio se da en la intersección de las curvas de la oferta y la demanda. Si se supone que estas curvas tienen las formas que se les atribuye usualmente, es decir, la demanda decreciente y la oferta creciente en función del precio, entonces nos encontramos en la situación descrita en descrita en la figura 1.5. Notemos que en razón de la existencia de los costos fijos, es posible que no haya equilibrio, como sería el caso en la figura 1.6

 

Figura 1.5. Equilibrio para p=pe

 

 

Figura 1.6 Ausencia de equilibrio

 

Conclusión.

Como se ha mostrado se ha establecido una teoría del valor -los precios de equilibrio- por medio de la aplicación del cálculo “en el margen”, teoría donde la oferta y la demanda representan un papel decisivo, en tanto que expresiones de los comportamientos maximizadores, racionales, de los individuos. Sin embargo, se puede preguntar, “para que sirve” esta teoría y, sobre todo, si ella se ha fundado sólidamente, habida cuenta de las numerosas hipótesis, formuladas mas o menos explícitamente, sobre las cuales se apoya fundamentalmente.

La microeconomía actual se ha constituido a partir de tales dudas; ahora, su meta es ir mas allá del discurso con frecuencia difuso de los marginalistas, pero de todas maneras permaneciendo en su misma perspectiva.

2. EL NACIMIENTO DE LA MICROECONOMÍA ACTUAL.

La actual microeconomía ha tomado forma progresivamente en los años treinta y cuarenta. Para dar un peso fundamental a la coherencia del discurso, en detrimento incluso de su aspecto “empírico”, la microeconomía ha concedido un lugar preponderante a las matemáticas, con el propósito de inferir “leyes” a partir de comportamientos maximizadores individuales y de sus interdependencias. Dos autores han jugado en esta perspectiva un papel fundamental: Hicks (1904-1989)y Samuelson (1915- ), los dos laureados con el premio Nobel. También la microeconomía actual ha sido influenciada por toda una corriente de pensamiento que, frente a la gran crisis de los años treinta se preguntaba sobre la mejor manera de coordinar las acciones individuales, ya sea por el mercado, por la planificación o por una mezcla de los dos.

A. El programa de investigación de Hicks y Samuelson.

Hicks precisa, desde el principio de Valor y Capital (1939), que su propósito es “proponer leyes generales que rigen el funcionamiento de un sistema de precios en un mercado múltiple”; aclara que las “leyes económicas” son “principios que se espera ver funcionando en la realidad, en toda situación que pueda aproximarse a un sistema de cambios múltiple en competencia perfecta”. Ahora, a propósito de Samuelson, digamos que se fija como objetivo, particularmente en su libro Los fundamentos del análisis económico (1947), establecer “teoremas significativos” a partir de la constatación que todo equilibrio supone comportamientos maximizadores expresados como un cierto número de condiciones matemáticas.

Sin embargo, la forma que pueden tomar estas condiciones depende de la manera como se trate el delicado problema de la medida de la utilidad; por tal motivo Hicks empezó por proponer una solución a este problema, que ha sido siempre retomada por la microeconomía actual.

a) Relación de preferencia y tasa marginal de sustitución.

Incluso entre los “padres fundadores” los puntos de vista diferían en cuanto a la significación numérica atribuida por la función de utilidad a las diversas canastas de bienes posibles. Efectivamente, si para ciertos marginalistas como Walras o Menger , los números tienen un significado en sí, para otros como Pareto (1848-1923) Jevons, Edgeworth (1845-1926), sólo tienen significado para clasificar las canastas de bienes; por ejemplo, la canasta de bienes A tiene una utilidad estrictamente superior a otra canasta B, entonces la única conclusión que se puede obtener de tal hecho es que A es estrictamente preferida a B. La utilidad es ordinal -por “orden” -y no cardinal- por “número”-. De tal manera que, lo esencial para un punto de vista ordinal es que los individuos sean capaces de clasificar todas las canastas posibles según una relación de preferencias. El hecho de atribuir un número a cada una de ellas sólo tiene el interés de facilitar el tratamiento matemático.

Los argumentos de Hicks en favor de una solución ordinal se han impuesto y la microeconomía los ha adoptado; ello tiene como consecuencia, entre otros asuntos, que la noción de utilidad marginal (decreciente o no) a perdido su importancia en tanto es una noción cardinal. No puede pues servir para determinar las demandas de los consumidores. Para enfrentar este problema Hicks propuso un nuevo concepto, el de la tasa marginal de sustitución. Un ejemplo simple debería bastar para comprender su significado. Supongamos que un individuo dispone de una canasta de bienes compuesto por 10 bananos y 3 manzanas y que acepta cambiar 2 bananos por una manzana, pero no 3 bananos por 1 manzana; claro está que si puede obtener 1 manzana por menos de 2 bananos estaría muchísimo mas dispuesto al cambio. Por definición su tasa marginal de sustitución entre bananos y manzanas es igual a 2/1, es decir 2. Así, y de manera mas general, la tasa marginal de sustitución entre dos bienes, para un individuo y una canasta de bienes dados, es la tasa de cambio que este individuo está dispuesto a aceptar entre dos bienes, sin cambiar su satisfacción.

La tasa marginal de sustitución depende de los gustos del individuo, de su relación de preferencias, pero también de la canasta de bienes considerados. De esta manera, si el individuo de nuestro ejemplo no está dispuesto a ceder máximo un banano por una manzana cuando tiene una canasta de bienes formada por 7 bananos y 5 manzanas, entonces su tasa marginal de sustitución, para esta canasta de bienes, es de 1/1= 1.

b) Tasa marginal de sustitución y preferencias del consumidor.

Para analizar como, según Hicks, el consumidor toma sus decisiones, consideremos un individuo que posee una canasta cualquiera de bienes y que representa también sus recursos. La primera cosa que hace es determinar las tasas marginales de sustitución entre los diversos bienes que componen la canasta; después compara esas tasas con las relaciones de precios correspondientes. Si no hay igualdad, cualquiera que sea el tipo de bien examinado, el consumidor tiene interés en efectuar cambios y la canasta de bienes considerada no es óptima.

Nuestro ejemplo de bananos-manzanas permite comprender el porqué de tal situación. En efecto, supongamos que el consumidor posee una canasta compuesta por 10 bananos y 3 manzanas, que su tasa marginal de sustitución para esta canasta es igual a 2 y que la relación de precios es igual a 1; puede entonces aumentar su satisfacción cediendo un banano a cambio de una manzana -tasa de intercambio que corresponde a la relación de precios- porque estaría dispuesto a dar hasta dos bananos por una manzana -su tasa de marginal de sustitución era, por hipótesis 2 para la cesta considerada-. Así pues, en la medida que haya diferencias entre las tasas marginales de sustitución y las relaciones de precios el consumidor puede incrementar su satisfacción efectuando intercambios, es decir, saca ventajas de las diferencias en las tasas. De acá se deduce que la canasta óptima, aquella a partir de la cual “no se puede mejorar”, debe ser tal que las tasas marginales de sustitución sean iguales a las relaciones de precios.

De manera mas general, las comparaciones interindividuales de las tasas de intercambio, particularmente a través de un sistema de precios, sirven como punto de partida a la microeconomía actual; tales comparaciones juegan en el plano técnico un papel similar al jugado anteriormente por la “ley” de la disminución en la utilidad marginal.

c) Causalidad, leyes y estática comparativa.

Como lo hemos visto, el propósito expreso de Hicks y Samuelson era deducir “leyes” a partir de los comportamientos maximizadores, racionales, de los individuos. Pero, que se entiende por “ley”? En general una relación casual. Así, según la “ley de la demanda”, toda alza de precios “causa”, es acompañada por una baja en la demanda. En realidad la gran mayoría de los razonamientos en economía, sólo para hablar de ellos, son del tipo de causa-efecto; por ejemplo es usual decir que la disminución de la cantidad de un bien en el mercado “provoca” el alza de su precio, que la baja de la tasa de interés “estimula” la inversión, que una creación “muy importante” de dinero es “fuente” de inflación etc.

Empleamos las comillas para los términos que evocan causalidad ya que no hay unanimidad -incluso sería mejor decir que existen grandes diferencias de opinión- entre los economistas a este respecto, cualquiera que sea el caso examinado. Adicionalmente, los procesos por los cuales se genera la causalidad son generalmente muy complejos.

Así Samuelson y Hicks evitan el problema reseñado por tales procesos -cuya existencia no deja de tener efectos de importancia en el resultado final del análisis considerado- adoptando el punto de vista de la estática comparativa que consiste en comparar el estado del sistema -demanda, niveles de precios, etc.- antes y después de que la causa -el “choque” o la perturbación- haya actuado.

Su procedimiento analítico es estático ya que no aborda el problema del paso “dinámico” de un estado a otro. Para entender mejor el asunto efectuemos una analogía con la física. Supongamos que una esfera está en equilibrio en el borde de una taza de café y que un golpe cualquiera la hace caer al interior a causa de la fricción al cabo de un cierto tiempo la esfera encuentra un nuevo equilibrio al fondo del recipiente.

Un procedimiento del tipo de la estática comparativa consiste pues en comparar las características del equilibrio inicial, al borde de la taza, con las del equilibrio final en el fondo, sin preocuparse como se ha efectuado el paso de uno a otro. Este ejemplo nos permite entrever los límites de este procedimiento en la medida en que teóricamente se puede aplicar en “el otro sentido”, es decir, cuando el estado inicial fuera el fondo de la taza y el final el borde; ahora: que significado tendría un “choque” sobre la esfera en el fondo referido, cuando la probabilidad es prácticamente nula de hacer que la esfera llegue en este caso al bordo y allí se quede? No tener en cuenta procesos puede conducir a comparaciones absurdas y a deducir “relaciones causales” que no lo son.

A pesar de estas reservas, la estática comparativa ocupa siempre un lugar preponderante en el razonamiento de los economistas -y en particular de los microeconomistas- a causa esencialmente de su relativa simplicidad.

En resumen, el programa de investigación de Hicks y Samuelson en el cual se inscribe la microeconomía actual, se propone deducir leyes en el sentido de la estática comparativa, partiendo de un número restringido de hipótesis y de “principios” -esencialmente el de la maximización- y empleando considerablemente las matemáticas. Es por ello que tal programa es del tipo hipotético-deductivo. Tal característica ha sido acentuada por un grupo de investigadores que, casi simultáneamente, se preocupaban muy particularmente del problema de la coordinación de las preferencias individuales y, especialmente, de la existencia de un equilibrio general.

B. Coordinación de las preferencias individuales y existencia de un equilibrio general.

La crisis de los años treinta, los problemas surgidos por la implementación de la planificación centralizada en la Unión Soviética, el papel acrecentado del Estado en las diversas esferas de la economía, han suscitado un debate importante en el período entre las dos guerras mundiales, sobre las formas de coordinación entre las actividades y las preferencias individuales. Tal debate versaba principalmente sobre el papel de los precios y giraba alrededor de la siguiente pregunta: entre todos los sistemas de precios posibles, existe al menos uno para el cual las ofertas y demandas globales de cada bien sean iguales? Si tal sistema de precios existe, se dice que es de equilibrio o, para resaltar bien que hace referencia al conjunto de bienes de la economía se dice que es de equilibrio general.

En efecto, la cuestión de la existencia de equilibrios generales no era del todo nueva; así Walras se había hecho la pregunta medio siglo antes sin darle de todos modos una verdadera respuesta, ya que se contentó con resaltar que, si hay un precio por bien, las condiciones de equilibrio, es decir, igualdad entre ofertas y demandas, se traducirían en un sistema de ecuaciones con un número de incógnitas -los precios de los bienes- igual al número de ecuaciones -una por cada bien-. Walras no fue mas allá de esta constatación, ya que para él la existencia del equilibrio es clara, como el mundo que gira para el físico.

En cuanto a los otros marginalistas, como Marshall, adoptan esencialmente el procedimiento del equilibrio parcial, que sólo se interesa por las ofertas y demandas de un sólo bien, y que no considera las interdependencias de las preferencias individuales, al contrario de la teoría del equilibrio general.

En los años treinta Walras fue en cierta manera “redescubierto” y el asunto de la existencia de un equilibrio puesto otra vez al orden del día. Tal “redescubiriento” no fue hecho por los economistas “oficiales”, por ejemplo los docentes en las principales universidades, sino por personalidades independientes de la universidad, como Schlesinger(1889-1938) o por matemáticos como Wald (1902-1950), la mayoría de los cuales vivían en Viena; habría que agregar a la lista al universitario sueco Cassel (1866-1945).

a) Un problema muy difícil.

Hay que ser consciente que el problema de la existencia del equilibrio es un problema muy difícil de resolver pues consiste en buscar el resultado a partir de un sistema de ecuaciones del cual no se conoce la forma precisa. Se sabe sólo que tales ecuaciones -donde se presenta la igualdad de las ofertas y demandas, son consecuencia de las preferencias maximizadoras de los individuos, las cuales dependen a su vez de los gustos, esto es la relación de preferencia de los consumidores y de las funciones de producción de las empresas; todas ellas pueden tomar formas muy diversas a causa de la variación de un individuo a otro-.

Evidentemente si se tiene al azar un sistema de ecuaciones, no hay ninguna razón a priori para que haya al menos una situación en la cual, además, todos los elementos sean positivos, en tanto representan precios. De tal condición surge la necesidad de imponer restricciones a estas ecuaciones, que se desprenden de las limitaciones impuestas a los parámetros que distinguen los elementos de base del modelo, es decir, los individuos.

Si tales parámetros no se pueden reducir a cifras -como hacerlo por ejemplo con los gustos de un consumidor- las condiciones vislumbradas sólo pueden ser de orden cualitativo; tal sería el caso de las condiciones “no estar nunca saturado”, ”gusto por las combinaciones” para el consumidor y “productividad marginal decreciente”, “ausencia de costos fijos” para el productor. Ello complica terriblemente el tratamiento matemático y necesita emplear teoremas recientes, establecido apenas a comienzos del siglo.

b) Problemas de planificación, economía de guerra e investigación de operaciones.

Como ya lo habíamos señalado, los problemas que emergen a raíz de la planificación soviética, contribuyeron a llamar la atención sobre el asunto de la coordinación por el sistema de precios; es así como en los años treinta, se presentó un gran debate alrededor del concepto del “socialismo de mercado”, propuesto por Oskar Lange.

Pero el asunto de la planificación no hacía referencia sólo a la Unión Soviética; de hecho el empleo de los recursos en el cuadro de una economía de guerra necesita una organización centralizada excesivamente potente, que sólo puede realizarse por medio del Estado. Ligada estrechamente con la Segunda Guerra Mundial la investigación de operaciones hizo su aparición en los años cuarenta; consistió en implementar técnicas matemáticas, algoritmos, que permitían asignar mejor los recursos disponibles sin pasar por el sistema de precios, por ejemplo reabastecer los ejércitos, asignación de buques de guerra o diversos tipos de armamento, pero también la organización de la producción -en municiones, tanques, cañones, barcos etc.- De tales técnicas la programación lineal es la más conocida.

La aparición de los ordenadores juega también un papel decisivo, pues las posibilidades de cálculo se aumentaron de manera notable.

Tanto la investigación de operaciones como la implementación de programas de ordenador fueron producto en principio de matemáticos que buscaron en el inventario de teoremas disponibles los que se podían adaptar a los problemas propuestos, o que, incluso han generado nuevos resultados, en función de tales problemas. El tema de la convexidad, sobre el cual volveremos en el capítulo 3, hizo entonces su aparición y ocupa un lugar esencial en la microeconomía.

c) Teoría de juegos y el teorema del punto fijo.

Los juegos de sociedad, las apuestas y, mas generalmente los “juegos de azar” han interesado desde hace tiempo a los matemáticos, comenzando por Pascal y Bernouilli. Incluso se puede afirmar que son el origen del cálculo de probabilidades, transformado después en una rama bastante importante de las matemáticas.

Es también un matemático de los más brillantes, John von Newmann (1903-1957), quien desarrolla lo que hoy se llama la teoría de juegos, cuyo objeto es el estudio de las consecuencias de los comportamientos individuales o colectivos, en interacción; la teoría acentúa la noción de equilibrio, para lo cual el problema de la coordinación es esencial.

Von Newmann fue el primero que estableció un nexo entre la noción de equilibrio y la de punto fijo de una función, tal como se emplea en matemáticas; realmente de la misma manera que un punto fijo x de una función f permanece constante mientras se le aplica la función -el punto fijo es tal que (f(x)=x)-; un equilibrio “no se mueve”, es fijo, cuando está sometido a distintas “fuerzas” de las cuales él es la resultante. De tal manera en una situación de “juego” dónde los individuos toman decisiones, anticipándose a las de otros agentes, hay equilibrio si sus anticipaciones son confirmadas en el momento en el cual las decisiones de cada uno las conocen todos; ahora este equilibrio puede ser considerado como un punto fijo de la función que hace corresponder las selecciones antes que las decisiones “de los otros” sean conocidas a las selecciones -eventuales- después de que estas han sido anunciadas.

Es mediante el empleo de esta especie de analogía que John Nash prueba en 1950, que todo juego no cooperativo, es decir, aquél en el cual cada uno sólo se preocupa por sus propias ganancias, admite al menos un equilibrio. Además, su demostración se apoya de manera decisiva en el teorema del punto fijo, establecido en 1910 por el matemático Jan Brower, que establece que toda función continua y limitada que “no efectúa saltos” y sólo toma valores finitos, admite al menos un punto fijo.

El procedimiento de Nash fue retomado y adaptado por los microeconomistas que se preguntaban sobre los equilibrios de sus modelos; en la medida en que el teorema del punto fijo permite generalmente responder a una cuestión como aquella, se puede decir que la microeconomía actual se construye de tal manera que se cumplan las hipótesis de aquel teorema y se asegure en consecuencia la existencia de equilibrios. Esta explicación vale particularmente para el modelo de Arrow-Debreu, que es el modelo básico para la microeconomía.

d) En el corazón de la microeconomía actual: el modelo Arrow-Debreu.

Es en 1954 que Arrow (1921- ) y Debreu (1921- ) resuelven el problema planteado por Walras, mostrando que si las relaciones de preferencia de los consumidores, y las funciones de producción de las empresas poseen ciertas propiedades a las cuales se les puede dar un significado económico, entonces existe un sistema de precios para el cual las oferta y las demandas globales de cada bien son iguales. El interés de esta demostración, si se les compara con iniciativas precedentes, es que se apoya exclusivamente en los comportamientos maximizadores individuales, esto es “microeconómicos”. De allí la importancia central tomado por el modelo Arrow-Debreu, denominado de competencia perfecta en la microeconomía actual. En 1959, Debreu ha publicado un libro, Teoría del valor, en el cual presenta en 100 páginas, una forma definitiva del modelo; el subtítulo es bien diciente: Un análisis axiomático del equilibrio económico, lo que es significativo del cambio de perspectiva con relación al proyecto marginalista. En efecto, Debreu no emplea por casualidad el término “axiomático”; matemático de formación y todavía de práctica, no oculta que su procedimiento consiste en deducir resultados con el empleo de las matemáticas, partiendo de axiomas, de hipótesis expresados también en forma matemática.

Como lo veremos en los dos próximos capítulos, en los cuales se examinaran en detalle las hipótesis planteadas por Arrow y Debreu, concluiremos que estas últimas no son completamente arbitrarias y se les puede dar un contenido o una interpretación de tipo económica accesible por la intuición. Sin embargo, este contenido es de alguna manera subordinado a las necesidades de demostración matemática al punto que el economista no especializado puede legítimamente preguntarse sobre la relación entre los modelos construidos en tal perspectiva y la realidad que presumen describir.

e) El problema del realismo de las hipótesis.

Se llega al debate sobre el “realismo de las hipótesis”, que ha hecho correr ríos de tinta y que además, está lejos de estar resuelto; en tal debate la microeconomía no está por fuera, en tanto es la rama más matematizada de la economía.

No entraremos ahora en tal discusión, en tanto nuestro propósito es explicar el procedimiento general, descifrar la significación de las hipótesis y de los resultados de los modelos, mas allá de los símbolos matemáticos o de las formulaciones aproximadas. De esta manera le daremos una particular atención a las formas de organización social subyacentes en tales modelos, de tal manera que el lector pueda juzgar con cierto grado de realismo.

Además, el estudio de las principales características de la competencia perfecta, objeto del próximo capítulo, nos dará la oportunidad de aplicar este principio.  

Título: La Microeconomía
Autor: JBernard Guerrien
URL: http://www.cyta.com.ar/biblioteca/bddoc/bdlibros/la_microeconomia/index.htm


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